lunes, 22 de marzo de 2010

Historia económica

Historia económica

La historia económica es la rama de la historiografía que estudia los hechos económicos del pasado, así como la rama de la economía que estudia los hechos del pasado a la luz del análisis económico. Dado que las ciencias sociales no son susceptibles de experimentarse en un laboratorio, situaciones pasadas y los datos recogidos sobre estas deben servir a la hora de elaborar hipótesis falsables.
No debe confundirse la historia económica con la historia de la economía o historia del pensamiento económico, disciplina que estudia la historia de las escuelas de pensamiento económico.
Según las metodologías y enfoques particulares de cada escuela de historiadores económicos, su propósito es, bien comprender la persistencia de las estructuras de larga duración (concepto de Fernand Braudel), sus paulatinas transformaciones en las grandes transiciones históricas (transición del feudalismo al capitalismo), su comportamiento en el nivel de la coyuntura (crisis seculares como la crisis del siglo XIV o la crisis del siglo XVII; ciclos más cortos como la crisis de 1929 o la crisis de 1973); o, desde otro punto de vista, explicar cómo los cambios en la estructura social y los mercados han contribuido al desarrollo económico en el largo plazo. Una tendencia reciente dentro de la historia económica es la llamada cliometría (en referencia a Clío la musa de la historia) aplica las técnicas del análisis estadístico y econométrico a los datos y hechos históricos, siendo sus representantes principales Robert Fogel y Douglass North. En la historiografía influida por la francesa Escuela de los Annales o a la historiografía anglosajona cercana al materialismo histórico de origen marxista suele ir de la mano con la historia social, en lo que puede considerarse más un enfoque que un género, denominado historia económica y social.

La Historia: el Positivismo/neopositivismo

La Historia: el Positivismo/neopositivismo
Se trata de una escuela propia del sXIX, fuertemente ligada al Liberalismo. Los positivas tuvieron el mérito de ser los primeros que realizaron un esfuerzo importante por convertir el estudio de la Historia en una ciencia, basándose principalmente en las fuentes escritas. Al Positivismo le debemos grandes logros en el estudio de los textos antiguos, y algunos libros que siguen teniendo su importancia (la Historia de Roma de Mommsen todavía no ha sido superada desde el punto de vista de los textos, sí de la arqueología evidentemente).
Los positivistas conocían mejor de lo que se ha conocido nunca las fuentes que estudiaban, siendo capaces de recitar muchas de ellas de memoria. La imagen del historiador erudito, tan típica de nuestras películas y juegos de rol, se adapta a ellos perfectamente.
Como herencia del Liberalismo, los positivistas creían firmemente en la importancia del individuo. Y así realizaron una serie de relatos sobre la Historia basados en grandes personas que hacen grandes cosas. Para los positivistas la Historia es algo relativamente estático que sólo se modifica al aparecer poderosas voluntades que tuercen sus cauces. Algunos positivistas, como el propio Mommsen, generaron también el concepto del “genio de los pueblos”, esta escuela tendría gran influencia sobre el pensamiento de Nietzche y sobre los distintos fascismos.
En estos tiempos en los que el Liberalismo intenta volver a dominar nuestras vidas, era de esperar que regresara el Positivismo, llamado ahora Neopositivismo, con la intención de adaptarse a estos tiempos de la arqueología y del Carbono 14.
Mis críticas al Positivismo se basan principalmente en los dos principios básicos de este pensamiento. No podemos adoptar las fuentes escritas como base del conocimiento porque las fuentes no nos cuentan la verdad. Para empezar porque es imposible, pero es que, además, pocas realmente son dignas de crédito. Por poner un ejemplo sencillo, conocemos la llamada Guerra de las Galias principalmente por un libro escrito por… Julio César. ¿Es digno de una fé ciega un libro escrito por un político sobre su propia labor?
Por otra parte, acepto que las grandes personas, los genios, pueden torcer el curso de la Historia. Pero ¿hasta qué punto? ¿es casualidad que las tales “grandes personas” nazcan siempre concentradas en determinados países o más bien existen otras corrientes que lo favorecen? De acuerdo que Napoleón era un genio militar, pero ¿es casualidad que los grandes generales de su tiempo fueran franceses e ingleses, los dos únicos países que crearon un sistema militar basado más en los méritos que en los derechos por nacimiento?Por otra parte, la visión positivista de la historia nos trasmite siempre la versión de aquellos que saben leer, de los poderosos. Un Rey podía esclavizar a sus súbditos, pero como los súbditos no sabían escribir, para un positivista este hecho no tendrá ninguna relevancia.

Corrientes del pensamiento Histórico

Corrientes del pensamiento Histórico

Hegel y el idealismo alemán
En el campo de la filosofía de la historia, Hegel (5) articuló un sistema teórico donde sobresale la acción del espíritu en la historia de la humanidad. Esa acción se despliega en forma racional y por ello la sustancia de la historia es la razón. La relación historia-razón estuvo plenamente identificada con el contexto cultural en el que Hegel produjo sus reflexiones; la modernidad, con su culto a la razón, introdujo esta facultad del espíritu en el devenir histórico y en la explicación de la causalidad de dicho devenir.
En la filosofía hegeliana el espíritu es “aquello que existe ante sí mismo, que puede penetrar en sí mismo” (Cruz Prados, 1991: 37). Si bien el espíritu no es lo finito o lo material palpable, es en lo real, en lo mensurable, donde el mismo actúa para auto- realizarse. Por eso, los acontecimientos no son cognoscibles fuera de la relación de los mismos con el espíritu. Según Hegel (1987: 272), “la historia del Espíritu es su producto porque el Espíritu es solamente lo que él produce y su hecho es hacerse aquí en cuanto espíritu, objeto de la propia conciencia”.
La historia es, pues, dirigida por el espíritu. Dicha conducción se realiza en forma racional, por lo que en las diversas etapas de los procesos históricos puede observarse un orden lógico, en el que los historiadores deben identificar la realización y sucesión de las ideas (Suárez, 1976: 115).
Al definir la historia, Hegel es, en este sentido, enfático: “La historia del mundo es el despliegue del espíritu en el tiempo, esto es, cómo la Idea se va realizando en el espacio, haciéndose naturaleza” (citado por Burk, 1998: 214). Y la idea se hace naturaleza en un proceso dinámico, dialéctico, en el cual surgen los cambios. La totalidad -concepto importante en la interpretación moderna de la historia- viene a presentarse como consecuencia de lo infinito dinámico, no estático (Burk, 1998: 37-38).
En relación con el concepto de la dialéctica, el mismo ya había sido expuesto antes que Hegel por el antecesor directo de éste: el también alemán Juan Teófilo Fichte (1762-1814). La dialéctica, en cuanto realidad “no es fija ni determinada de una vez por siempre, sino que está en un constante proceso de transformación y cambio, cuyo motor es (...) tanto su interna contradicción (...) como la relación en que está con otra realidad, que aparece como su contrario” (Ramírez Sánchez, 2002). En cuanto método de conocimiento, “la dialéctica es ley lógica, ley de la razón. La razón avanza en su conocimiento mediante oposición y síntesis de contrarios” (Cruz Prados, 1991: 40). El método dialéctico es atravesado por la idea en tres fases: a) la tesis: posición inmediata, afirmación; b) antítesis: oposición, negación de lo afirmado; c) síntesis: unidad relativa que concentra la diversidad de la tesis y la síntesis.
La filosofía de la historia de Hegel repercutió significativamente en el pensamiento histórico contemporáneo. Historiadores y filósofos han aportado múltiples interpretaciones de la historia a partir de sus reflexiones. En el siglo XIX una de esas interpretaciones es la de Thomas Carlyle (6), quien entendió que la acción del espíritu en la historia se lleva a cabo a través de la mediación de “grandes hombres”, a los cuales consideró los verdaderos sujetos de la historia. Según Carlyle (citado por Lefebvre, 1974), “la historia de lo que el hombre ha realizado en la tierra, es en el fondo la historia de los grandes hombres que han trabajado en este mundo. Esos grandes hombres han sido los conductores de los pueblos, sus forjadores, sus modelos y, en un sentido amplio, los creadores de todo lo que la masa humana, considerada en su conjunto, ha llegado a alcanzar”.
De igual manera, Jacques Maritain (1971:18) coincidiría años después con Carlyle al afirmar que “la historia se ocupa de hechos y personas individuales”, para lo cual “no busca una imposible coincidencia con el pasado; requiere selección y diferenciación, interpreta el pasado y lo traduce en lenguaje humano; recompone o reconstituye secuencias de acontecimientos resultantes unos de otros, y no puede hacer esto sino mediante una gran capacidad de abstracción”.
El historicismo
El historicismo fue otro de los aportes del pensamiento histórico y filosófico alemán en el siglo XIX. Como visión del mundo, el historicismo sostiene que la realidad sólo puede ser comprendida en su desarrollo histórico (Iggers, 1998: 25). El hombre y la sociedad se encuentran en permanente transformación; todo cuanto existe, existe en devenir, como proceso (Schaff, 1983: 229). La historia, decía J. G. Droysen (7), es la sucesión del devenir.
El historicismo no encuentra explicación a la esencia de la vida humana fuera de una época o temporalidad, con sus ideas y valores específicos. Todo proceso histórico y todo conocimiento serían el producto de una época. No hay nada en la sociedad que no sea realidad histórica (Cruz Cruz, 2002: 172).
Desde sus respectivas interpretaciones de la historia, dos de los grandes filósofos alemanes del siglo XIX desarrollaron visiones antagónicas sobre el devenir y el cambio. Hegel, al retomar de Johan G. Fichte el método dialéctico, buscó establecer una explicación racional del devenir. Los cambios, a su juicio, son consecuencias de la acción de lo infinito -el absoluto- sobre lo finito -el hombre, la sociedad, la naturaleza-; Marx, por su parte, descarta la relación dialéctica infinito-finito y presenta la tesis según la cual el cambio en el plano social es el resultado de la posesión desigual de los medios de producción, que a su vez conduce a la lucha de clases.
Tanto Hegel como Marx ofrecen una visión rígida del historicismo, donde es posible anticiparse a los hechos (Orcajo, 1998: 78) pues, en el fondo, lo que ambos construyen es una explicación teleológica de la sociedad, donde para Hegel la meta de ésta es la formación del Estado liberal, mientras que para Marx la misma se enrumba hacia la erradicación de las diferencias sociales.
Otros historicistas alemanes como: Oswald Spengler, Friedrich Meinecke y J. G. Droysen reflexionaron sobre el concepto de historia y se mantuvieron cerca del planteamiento historicista de Hegel, según el cual la causa del cambio es la acción del espíritu sobre aquello que percibimos.
Spengler (8) entiende la historia como una consecuencia espiritual que se hace concreta en la realidad del hombre. Así, “la historia es la expresión, el signo del alma que ha llegado a tomar sus formas; llegar a contemplar sensiblemente este proceso sintético es el cometido de la historia” (citado por Rama, 1959). Meinecke (9) se aproxima a este planteamiento cuando le asigna a la historia el papel de comprender las manifestaciones divinas presentes en la humanidad. La historia, según él, “debe acoger y revivir comprensivamente la revelación del elemento afín a Dios, ínsito en la humanidad” (citado por Maravall, 1967). Droysen, por su parte, vincula el conocimiento histórico con la memoria del género humano; la historia, a su juicio, “es lo que la humanidad sabe de sí misma, su certidumbre de sí misma” (citado por Rama, 1959).
La historia y su esencia -el cambio- son en Spengler y Meinecke consecuencias de algo que está fuera del mundo de lo sensible. Para el historiador es importante identificar la causalidad del cambio, pero convendría aceptar que la historia no se ocupa del cambio en sí, sino del sujeto que cambia en el plano de las relaciones sociales (Cruz Cruz, 2002: 189).
El positivismo
Esta escuela historiográfica surge en pleno siglo XIX y va a dominar la historiografía hasta las primeras décadas del siglo XX. Los positivistas decimonónicos buscaron utópicamente el conocimiento histórico objetivo, reflejo del pasado.
El ansia de la historia científica les llevó a rendir culto a los hechos. Según Fustel de Coulanges (10) (citado por Langlois y Seignobos, 1972: 160-161), “la historia consiste, como toda ciencia, en atestiguar hechos, en analizarlos, en reunirlos, en señalar su lugar (...) El historiador persigue y alcanza los hechos por la observación minuciosa de los textos, como el químico encuentra los suyos en experimentos minuciosamente hechos”.
Los historiadores positivistas Charles Victor Langlois (11) y Michael Jean Charles Seignobos (12) entendieron que “para hacer la historia general, hay que buscar todos los hechos que pueden explicar ya el estado de una sociedad, ya una de sus evoluciones, porque han producido cambios” (Langlois y Seignobos, 1972: 184). También sostuvieron que la única vía expedita que tiene el historiador para aproximarse a los hechos es la aportada por el documento, recurso que para ellos es imprescindible en la reconstrucción del pasado. La historia -afirmaron- se hace con documentos, y “los documentos son las huellas que han dejado los pensamientos y los actos de los hombres de otros tiempos” (Langlois y Seignobos, 1972: 17).
El estudio de los hechos se consideró importante porque a través de los mismos se pretendía identificar leyes que permitieran descubrir las causas del progreso social: el positivismo aparece, entonces, como continuación del pensamiento ilustrado (Lombardi, 1996: 61) y, en consecuencia, de la modernidad. Al abrazar la visión del mundo propuesta en la filosofía de la ilustración, los positivistas dogmatizaron su teleología al creer en el inevitable progreso de las sociedades. El desarrollo continuo del conocimiento científico garantizaría este proceso ascendente que conduciría a la construcción de la sociedad perfecta.
Esta posición optimista la podemos observar en Robert Mackenzie, historiador positivista del siglo XIX, quien entendió la historia como un “registro de progreso, un registro de conocimientos acumulados y sabiduría creciente, de adelanto continuo desde un nivel inferior de inteligencia y bienestar a otro más alto. Cada generación deja a la que le sigue los tesoros que ella heredó” (citado por Collingwood, 1952: 147).
Angel Orcajo (1998: 11-18) identifica algunos planteamientos que son centrales en la visión positivista de la historia:
a) El discurso científico histórico es aquel que consigue suprimir la especulación y al mismo tiempo logra que los hechos hablen desde su propia materialidad.
b) La objetividad debe ser entendida al margen de cualquier participación subjetiva por parte del historiador. Esto implica que el historiador no debe valorar el pasado ni instruir a sus contemporáneos, sino sólo exponer hechos (Schaff, 1983: 118). Leopoldo von Ranke (13) (citado por Lombardi, 1996: 57) recalcó que “historia es conocer las cosas tal como sucedieron”, lo cual es igual a aceptar la objetividad del conocimiento histórico.
Con el positivismo se buscó extrapolar a la historia métodos propios de las ciencias naturales (algo muy propio del naturalismo), los cuales pretendían ser incorporados a su campo de estudio con el propósito de aportarle herramientas que le permitieran estudiar las sociedades del pasado, entendidas estas como organismos en constante evolución hacia su perfeccionamiento. Así, Taine (14) se introdujo en el mundo de las ciencias naturales para establecer analogías entre éstas y la historia, entre la sociedad y los seres vivos, lo cual le llevó a afirmar que:
(...) la historia no es una ciencia análoga a la geometría, sino a la fisiología y a la zoología. Del mismo modo que existen relaciones fijas, aunque no mensurables cuantitativamente, entre los órganos y las funciones de un cuerpo vivo, de la misma forma hay relaciones precisas, pero no susceptibles de evaluaciones numéricas, entre los grupos de hechos que componen la vida social y moral (citado por Lefebvre, 1974).
Los positivistas pensaron que la historia debía ser considerada una ciencia. Niebuhr nos presenta una “ciencia histórica” que debe ir “más allá del interés erudito por detalles notables del pasado, a favor de una más amplia reconstrucción de aspectos de la realidad pretérita sobre la base de pruebas convincentes para establecer conexiones significativas entre acontecimientos y estructuras” (citado por Moradiellos, 1999). Gil Fortoul (15), por su parte, coincide con Ranke en el sentido de que la historia une la ciencia y el arte. El conocimiento histórico debe moverse entre las fronteras de la ciencia y el arte; por eso aspiró pasar de la simple crónica a una historia con particular estilo literario. Según Gil Fortoul (1942: 07):
La historia es género extraordinariamente difícil y complejo. Es ciencia y arte, o literatura, a un tiempo. Ciencia con los mismos títulos y por iguales razones que las demás ciencias (...) Y arte, porque no es posible escribir historia legible o duradera sin emplear un estilo que atraiga y cautive, que la distinga de la simple crónica de sucesos más o menos encadenados o de la pura colección de documentos. Por ambos motivos la historia no se acaba nunca de escribir.
La historia científica del positivismo es neutra e indiferente en relación con el presente. Esta dimensión del tiempo histórico es secundaria para el historiador positivista, pues sólo le interesa conocer el pasado. El materialismo histórico va a cuestionar el mito de la historia neutral y totalmente objetiva, para proponer que tal consideración es una herramienta ideológica que no puede ser aceptada por los historiadores comprometidos con la transformación social.
El materialismo histórico
Con Karl Marx (16) se superó la concepción materialista desarrollada en los siglos anteriores, en la cual sólo se proporcionaban elementos para el estudio de la naturaleza o para la enunciación de sistemas económicos. El viejo materialismo:
(...) surgió sobre la base del capitalismo en gestación y del avance consiguiente de las fuerzas productivas, de la nueva técnica, de la ciencia. Los materialistas, como ideólogos de la burguesía, progresiva en aquellos tiempos, combatieron a la escolástica medieval y a las autoridades eclesiásticas, tomaron la experiencia como maestro y la naturaleza como objeto de la filosofía (Rosental, Iudin, 1965: 298).
El materialismo histórico aparece como una corriente del pensamiento histórico que perseguía establecer las bases para la comprensión del desarrollo de las leyes generales de la sociedad, aspiración que también estuvo presente en Comte y los positivistas en general.
Dichas leyes son el resultado de la interrelación existente entre los componentes primordiales de la sociedad: la infraestructura y la superestructura. El primer componente abarcaría un modo de producción (primitivo, esclavista, feudal, capitalista y socialista) el cual definiría la naturaleza del segundo, donde convergen los hechos jurídicos, políticos y culturales en general. Marx, con su propuesta materialista, desarrolla una filosofía de la historia “cuya clave es la prioridad determinante de la vida material sobre la conciencia, el espíritu y el pensamiento” (Cruz Prados, 1991: 60). De esta manera buscó comprender en su totalidad la “interdependencia” de los aspectos que integran la sociedad. Según Marx (1973: 39), la concepción materialista de la historia:
(...) consiste, pues, en exponer el proceso real de producción, partiendo para ello de la producción material de la vida inmediata, y en concebir la forma de intercambio correspondiente a este modo de producción engendrada por él, es decir, la sociedad civil en sus diferentes fases como el fundamento de toda la historia, presentándola en su acción en cuanto Estado y explicando a base de él todos los diversos productos teóricos y formas de la conciencia, la religión, la filosofía, la moral, etc., así como estudiando a partir de esas premisas su proceso de nacimiento, lo que, naturalmente, permitirá exponer las cosas en su totalidad (y también, por ello mismo, la interdependencia entre esos diversos aspectos).
El materialismo histórico propone una visión de la historia en la que se reivindica el papel del hombre en el proceso de transformación de la sociedad: el hombre es considerado un sujeto activo que participa en los cambios sociales. Esta interpretación de la causalidad histórica constituyó una ruptura con el idealismo de Hegel, donde en líneas generales se planteaba que los cambios sociales eran consecuencia de una realidad metafísica, en la que los hombres no pasaban de ser simples sujetos pasivos.
La noción de la historia de Marx reconoce el papel transformador del hombre, el cual posee “su acta de nacimiento, la historia, la que sin embargo, es para él una historia consciente y, por lo tanto, como acto de nacimiento, un acto que supera como conciencia. La historia es la verdadera historia natural del hombre” (citado por Garzón Bates, 1974). Sin embargo, desde el punto de vista meta-histórico, Marx entendió que las leyes del desarrollo social indican que los hombres, independientemente de la conciencia que estos posean de su mundo, avanzan en forma indetenible hacia el establecimiento del comunismo.
Lenin (17), siguiendo a Marx en lo relativo al papel del hombre como ser transformador de la sociedad, afirmaría que “toda historia se construye con los actos de individuos, los cuales son, sin duda, figuras activas” (citado por Childe, 1974: 129). De igual manera, Lefebvre (18) (1974: 55) dirá que “la historia es, a buen seguro, obra del hombre. Tiene sin duda otros motores, tales como el clima, la distribución de la tierra, los mares (...) Pero estos factores solo actúan por mediación del hombre y en última instancia, de su propio espíritu”.
Adam Schaff (19) (1983: 324-325), por su parte, incorpora en su visión marxista de la historia lo que él denominó el “núcleo racional del presentismo”, donde reconoce la relación entre una época y los juicios, necesidades y actitudes del historiador. El materialismo histórico y el presentismo tendrán en común el interés por sumergir al historiador en su época, la cual no es ajena a él. En ambas interpretaciones de la historia, el historiador no se reduce a un individuo que escribe sobre el pasado: es un actor social que escribe sobre ese pasado, pero en función de la posición que asume frente a su presente.
El presentismo
El presentismo fue una corriente del pensamiento histórico que reaccionó en contra del positivismo y se mantuvo cercana al idealismo de Hegel, así como a los planteamientos centrales del historicismo. En dicha corriente se plantea que el historiador no debe limitar su trabajo al ordenamiento de datos (heurística) sino que debe, además, valorarlos (Carr, 1978: 28); es decir, verlos a partir de los intereses del presente, pues el conocimiento histórico no es más que “el pensamiento contemporáneo proyectado sobre el pasado” (Schaff, 1983: 126). En palabras de Croce (20) (citado por Walsh, 1980) “la historia es el pensamiento vivo del pasado”.
Para los presentistas no hay una historia sino una multiplicidad de historias según el número de espíritus que las crean (Schaff, 1983: 132). La historia, entonces, es el resultado de los anhelos y necesidades de los actores sociales y del mismo historiador que la escribe; como consecuencia de esto, la visión del pasado y la selección de los hechos estudiados están condicionados por la cultura del presente, espacio en el que actúa el espíritu (tesis idealista de Hegel) con el propósito de ordenar el mundo en forma racional. Por tanto, la historia es un producto del espíritu, el cual, al actuar en el presente, propicia hechos particulares que están dotados de conceptos universales (Flamarión Cardoso, 1985: 107).
Los hechos son una consecuencia de la dialéctica que el mismo espíritu introduce en el devenir histórico. No hay permanencia de situaciones y de estructuras en la historia. Al igual que los historicistas, los presentistas consideran que el cambio es lo único que permanece en la historia.
Para comprender el despliegue del espíritu sobre los hechos, el historiador debe contemplar los mismos para narrar aquello que es real y descartar lo irreal. La obra del historiador sólo difiere de la obra del novelista en que aquella se considera verdadera, en cuanto experiencia revivida en su espíritu (Schaff, 1983: 133). Por eso, la condición científica de la historia es particular en relación con otras ramas del saber. Collingwood (21) (1952: 224) concebía la historia como ciencia, “pero una ciencia de una clase especial. Es una ciencia a la que compete estudiar acontecimientos inaccesibles a nuestra observación, y estudiarlos inferencialmente, abriéndonos paso hasta ellos a partir de algo accesible a nuestra observación y que el historiador llama testimonio histórico de los acontecimientos que le interesan”.
A diferencia de Croce, quien en su primera etapa de reflexión teórica visualizó la historia como arte y no como ciencia, Collingwood acepta el carácter científico de la historia e identifica en ella un método particular: observación indirecta de hechos a través de las fuentes históricas.
El proceso de observación del pasado a través de las fuentes o evidencias históricas, representa en la historiografía un aporte significativo de los historiadores positivistas. En el siglo XX, este aporte sería retomado por los historiadores franceses de Annales para proponer que dicho proceso heurístico debía realizarse a través de la interdisciplinariedad: la historia comenzaba a dialogar con las ciencias sociales.
Escuela de Annales
La práctica historiográfica de las primeras décadas del siglo XX obtuvo un significativo aporte con el movimiento o escuela de Annales. Sus precursores plantearon una nueva orientación del proceso de investigación histórica, diferente en relación con la historiografía positivista y en menor grado del materialismo histórico.
(...) No obstante, la novedad de los Annales no está en su método, sino en los objetos y las preguntas que plantean. L. Febvre y M. Bloch respetan escrupulosamente las normas de la profesión: trabajan sobre documentos y citan sus fuentes, pues no en vano aprendieron su oficio de la Escuela de Langlois y Seignobos. Ahora bien, critican su estrechez de miras y la compartimentación de las investigaciones. A su vez, rechazan la historia política episódica que entonces predominaba en aquella Sorbona cerrada (...) (Prost, 1996: 52).
Annales propondrá una epistemología de la historia, caracterizada por el trabajo de investigación interdisciplinario. Con la misma se aspiraba:
1. Dotar al discurso histórico de categorías tomadas de otras disciplinas científicas como la antropología, economía, filosofía y sociología. El trabajo interdisciplinario también buscaba incorporar herramientas metodológicas en el análisis e interpretación de las fuentes históricas, para ofrecerle al historiador la posibilidad de obtener información sobre el pasado en rastros humanos de todo tipo: desde una muestra de tejido orgánico, hasta las ruinas de una ciudad abandonada.
2. Mantener el carácter de relevancia de la historia ante el surgimiento de otras propuestas científicas. La historia “se encontraba amenazada por el auge de la sociología, sobre todo desde 1898 con Durkheim y su Année sociologique. Esta disciplina pretendía ofrecer una teoría total de la sociedad, y proponía hacerlo con métodos más rigurosos” (Prost, 1996: 49).
3. Consolidar la creencia en la condición científica de la historia y la aceptación de la misma como una ciencia en permanente proceso de construcción (Flamarión Cardoso, 1985: 123).
4. Alcanzar la meta de ofrecer un conocimiento histórico que abarque la totalidad social. Según Fernand Braudel (citado por Pereyra, 1980): “La historia (...) es el estudio de lo social, de todo lo social, y por lo tanto del pasado; y también, por tanto del presente, ambos inseparables”.
Los historiadores de Annales insistirán en la pertinencia social del conocimiento histórico; la historia no es conocimiento estéril del pasado, es la posibilidad de lograr una lectura del presente con el propósito de comprenderlo y transformarlo. De igual manera sostendrán, como lo hicieran los representantes del materialismo histórico, que el epicentro de la historia es el hombre. Marc Bloch (22) (citado por Bauer, 1957) nos dice al respecto que:
El objeto de la historia es esencialmente el hombre. Mejor dicho los hombres (...) Detrás de los rasgos sensibles del paisaje de las herramientas o de las maquinas, detrás de los escritos aparentemente más fríos y de las instituciones aparentemente más distanciadas de los que las han creado, la historia quiere aprehender a los hombres.
Sobre el particular, Lucien Febvre (23) (citado por Salmon, 1972: 32) afirmó lo siguiente:
Jamás debemos olvidar que el sujeto de la historia es el hombre. El hombre, tan prodigiosamente distinto y cuya complejidad no es posible reducir a una fórmula sencilla. El hombre, producto y heredero de millares y millares de uniones, mezclas, amalgamas de razas y sangres distintas.
La labor de Bloch y Febvre, en lo que respecta a la fundación de Annales, se mantendría en el tiempo con la incorporación de nuevas generaciones al movimiento; entre ellas las encabezadas por Fernand Braudel y Jacques Le Goff, respectivamente, en la segunda mitad del siglo XX.
Conclusiones
La creencia moderna en el progreso de las sociedades se reflejó en las reflexiones de los historiadores de las distintas escuelas historiográficas de occidente. El pensamiento histórico que surge en dichas escuelas presentó un notable interés por comprender el orden lógico del progreso en las diversas etapas de la historia.
De igual manera, los historiadores modernos se dedicaron a construir interpretaciones racionales de la historia. En ellos, la razón moderna se expresa en la ambiciosa aspiración de alcanzar la comprensión total de lo social. Hay en los representantes del pensamiento histórico moderno una tendencia hacia la elaboración de síntesis omniabarcantes de los hechos sociales. Los marxistas lo intentaron partiendo del análisis de los aspectos económicos; los positivistas, por su parte, prefirieron hacerlo a través de los hechos políticos; entre tanto, los historiadores de Annales optaron por el análisis de la interrelación entre todos los componentes de la convivencia social.
En el pensamiento histórico moderno, el hombre -como ser temporal y social- es el objeto de estudio que se le atribuye al conocimiento histórico. En este sentido, se observa que dicha creencia guarda relación con la noción de la historia que se inició en la cultura griega clásica, en la cual el hombre fue reconocido como ser histórico.
Para algunos idealistas, el objeto de estudio de la historia lo conforman los personajes destacados del pasado. A nuestro juicio el conocimiento histórico no parte, y menos se agota, en el plano biográfico; por el contrario, va más allá de él para aspirar la comprensión integral de la sociedad. La historicidad no es patrimonio exclusivo de personas “notables” o héroes; se trata de una condición inherente a todo ser humano. Por lo tanto, las sociedades del pasado deben ser entendidas captando la interrelación de la mayor parte de sus integrantes y no desde las acciones de individualidades.
Otra característica del pensamiento de los historiadores modernos es el interés de los mismos por lograr respuestas al por qué de los cambios en la historia. Los historicistas insistieron en la tesis de la permanencia de los cambios en el tiempo. Hegel y Marx, con interpretaciones diferentes, emplearon el método dialéctico con el propósito de desarrollar teorías sobre las causas de los cambios sociales.

Totalidad en la historia

Totalidad

La categoría de totalidad es esencial en el pensamiento de Lukács y de Lucien Goldmann.En Historia y conciencia de clase, Lukács llegó a sostener que lo que distinguía de manera decisiva al marxismo de la ciencia burguesa no era tanto el predominio de los motivos económicos a la hora de explicar la historia, sino la noción de totalidad.
En la sociedad burguesa, la posibilidad de abarcar el mundo como un todo ya no es inmediata. La división del trabajo impuesta por el capitalismo, la explotación del hombre, la lucha y antagonismo de clases y las contradicciones sociales inherentes a la sociedad burguesa desintegran la conciencia de totalidad. La aprehensión del todo ya no puede ser espontánea. La alienación nos hace percibir el mundo como una serie de fenómenos inconexos y es necesario estructurar lo real para ver bajo las apariencias, las leyes y relaciones entre los datos que nos llegan a la conciencia. Muchas veces los datos no nos permiten construir la organización objetiva de la realidad, por lo que la visión del mundo es confusa, los datos se interpretan mal y se seleccionan sesgadamente, con lo que se tiene una visión de la realidad parcial que solo da cuenta de un aspecto y no de toda la realidad.
Por ello, la Totalidad es el conjunto universalista que acapara todos aquellos aspectos de la realidad, y no solo la visión parcial, absolutista y simplista de una vision dogmática o sistema establecido.

Teorías de la historia cientìfica

Teorías de la historia

Una conversación se centraba en el cada vez más rápido avance de la tecnología y en los cambios en la forma de vida humana, que sugiere la aproximación de una singularidad esencial en la historia de la raza humana más allá de la cual la vida humana, tal como la conocemos, no tiene continuidad.
En su libro "Mindsteps to the Cosmos",[2] Gerald S. Hawkins alumbra su noción de mindsteps: cambios radicales e irreversibles de los paradigmas o visiones del mundo. Hawkins identificó cinco 'mindsteps'[3] distintos en la historia de la humanidad y la tecnología que venían acompañados de estas nuevas visiones del mundo: la invención de las imágenes, la escritura, las matemáticas, la imprenta, el telescopio, el cohete, el ordenador, la radio, la televisión... "Cada una de ellas lleva la mente colectiva más cerca de la realidad, una etapa más allá en su compresión de la relación entre los seres humanos y el cosmos". Hawkins advirtió: "El periodo de espera entre mindsteps se está haciendo más corto. No se puede hacer nada para notar la aceleración". La "ecuación de mindstep" de Hawkins cuantificaba esto y daba fechas para futuros mindsteps. La fecha del próximo mindstep (el quinto de una serie que comienza en 0) se daría en 2021, con dos mindsteps más sucesivamente más cercanos, hasta el límite de la serie, en 2053. Sus especulaciones se aventuraban más allá de lo tecnológico:

Los mindsteps... parecen tener ciertas cosas en común (una nueva y extendida perspectiva humana; inventos relacionados en el área de las comunicaciones y los memes; y la apertura de un largo periodo de espera hasta el siguiente mindstep). De ninguno de los mindsteps puede decirse que se haya anticipado verdaderamente y la mayoría se resistieron en sus etapas iniciales. Una mirada al futuro podría, igualmente, pillarnos desprevenidos. Podríamos tener que forcejear con un presente inconcebible, con conceptos y descubrimientos impactantes.

Uso extendido de los inventos: Años hasta el uso por un cuarto de la población de EE.UU.Desde finales de los 70, otros como Alvin Toffler (autor de Future Shock), Daniel Bell y John Naisbitt han desarrollado teorías sobre sociedades postindustriales. Estos autores sostienen que la era industrial está llegando a su fin y los servicios y la información están suplantando la industria y los bienes económicos. Algunas visiones más radicales de la sociedad postindustrial, especialmente en la ficción, elucidan la eliminación de la escasez.

Muchos sociólogos y antropólogos han elaborado teorías que tratan sobre la evolución social y cultural. Algunos como Lewis H. Morgan, Leslie White y Gerhard Lenski declaran que el progreso tecnológico es el factor primario que conduce el desarrollo de la civilización humana.

El concepto de Morgan de las tres principales etapas de la evolución (salvajismo, barbarie y civilización) podría estar dividido en hitos tecnológicos, como fuego, arco (arma) y alfarería en la era salvaje; domesticación de animales, agricultura y metalurgia en la era de la barbarie y el alfabeto y la escritura en la era de la civilización.

En lugar de inventos específicos, White sostuvo que la medida para juzgar la evolución de la cultura era la energía. Para White, la "función primaria de la cultura" es "aprovechar y controlar la energía". White diferencia cinco etapas del desarrollo humano: en la primera, la gente usa la energía de sus propios músculos; en la segunda, la de la domesticación de animales; en la tercera, usan la energía de las plantas (revolución neolítica); en la cuarta, aprenden a usar la energía de los recursos naturales: carbón, petróleo, gas...; en la quinta, se aprovecha la energía nuclear. Craig Brownell sugiere que habría una sexta etapa en esta serie: el uso de la energía del punto cero para la propulsión, si no es ya una fuente de energía. No en vano, hay una gran controversia acerca de si el efecto Casimir podría ser explotado.


Patentes otorgadas en EE.UU. (1870-2005)White presentó la fórmula P = ET, donde E es una medida de la energía consumida y T es una medida de la eficiencia de los factores técnicos que usan la energía. En sus palabras, "la cultura evoluciona del mismo modo que la cantidad de energía aprovechada per capita por año se incrementa o al tiempo que aumenta la eficiencia de los medios instrumentales para poder utilizar la energía." El astrónomo ruso Nikolái Kardashov extrapoló esta teoría para crear la Escala de Kardashov, que categoriza el uso de la energía por civilizaciones avanzadas. Una esfera de Dyson (estructura en la que una civilización aprovecharía toda la energía de una estrella) es el Tipo II en esta escala y la humanidad está en la actualidad alrededor de 0,72 (por debajo del Tipo I, en el que se aprovecharía toda la energía del planeta).

Lenski hace un acercamiento más moderno y se centra en la información. Cuanta más información y conocimiento (especialmente encaminado al entorno natural) ) tiene una sociedad dada, más avanzada es. Lenski identifica cuatro etapas del desarrollo humano, basadas en los avances en la historia de la comunicación. En la primera etapa, la información se transmite por los genes. En la segunda, cuando los humanos adquieren la inteligencia, pueden aprender y transmitir información por experiencia. En la tercera, los humanos comienzan a usar señales y desarrollan la lógica. En la cuarta, pueden crear símbolos, desarrollan el lenguaje y la escritura. Los avances en las tecnologías de la comunicación se traducen en avances en los sistemas económicos y políticos, distribución de los bienes, igualdad y otros ámbitos de la vida social. Lenski también diferencia sociedades basadas en su nivel de tecnología, comunicación y economía: (1) cazadores y recolectores, (2) agricultura simple, (3) agricultura avanzada, (4) industria y (5) especial (como las sociedades basadas en la pesca).

Kurzweil y la Ley de rendimientos acelerados [editar]Kurzweil en su ensayo de 2001 La ley de rendimientos acelerados extiende la ley de Moore para describir un crecimiento exponencial del progreso tecnológico. La ley de Moore describe un patrón de crecimiento exponencial en la complejidad de circuitos semiconductores integrados. Kurzweil extiende esto para incluir tecnologías futuras que distan de los circuitos integrados. Siempre que una tecnología alcance cierto tipo de barrera, según Kurzweil, se inventará una nueva tecnología para permitirnos cruzar esa barrera. Cita numerosos ejemplos del pasado para sostener su aseveración. Kurzweil predice que tal revolución será cada vez más común, llevando a "cambios tecnológicos tan rápidos y profundos que representarán una ruptura en el tejido de la historia humana". Kurzweil cree que la "ley de rendimientos acelerados" implica que ocurrirá una singularidad tecnológica antes del fin del siglo XXI, hacia 2045.

El ensayo comienza:

Un análisis de la historia de la tecnología muestra que el cambio tecnológico es exponencial, al contrario de la visión 'lineal intuitiva' del sentido común. Así que no experimentaremos cien años de progreso en el siglo XXI, sino que serán más como 20.000 años de progreso (al ritmo de hoy). Los 'rendimientos', tales como la velocidad de los chips y la relación coste-efectividad, también se incrementarán exponencialmente. En el plazo de unas pocas décadas, la inteligencia de las máquinas sobrepasará la inteligencia humana, llevándonos a la singularidad (cambios tecnológicos tan rápidos y profundos que representen una ruptura en la estructura de la historia humana). Las consecuencias incluyen el surgimiento de inteligencia biológica y no biológica, software inmortal basado en humanos y niveles de inteligencia ultra-elevados que se expandirán hacia el universo a la velocidad de la luz.

Raymond Kurzweil

Ley de Moore extendida a otras tecnologíasLa Ley de Rendimientos Acelerados ha alterado de muchas formas la percepción pública de la Ley de Moore. Es una creencia común (aunque errónea) que la Ley de Moore hace predicciones que contemplan todas las formas de tecnología, cuando en realidad sólo concierne a los circuitos semiconductores. Muchos futuristas todavía usan la Ley de Moore para describir ideas como las expuestas por Kurzweil y otros.

De acuerdo con Kurzweil, desde los inicios de la evolución, formas de vida más complejas han evolucionado exponencialmente más rápido, con intervalos cada vez más cortos entre la emergencia de formas de vida radicalmente nuevas, tales como los seres humanos, que tienen la capacidad de fraguar (diseñar con eficiencia intencionadamente) nuevos rasgos que reemplazan los mecanismos relativamente ciegos de la selección por eficiencia de la evolución. Por extensión, la tasa de progreso técnico entre los humanos también se ha incrementado exponencialmente, así como descubrimos formas más eficientes de hacer las cosas, también descubrimos formas más eficientes de aprender, como el lenguaje, los números, el lenguaje escrito, la filosofía, el método científico, los instrumentos de observación, los dispositivos de recuento, las calculadoras mecánicas, los ordenadores, cada uno de estos importantes avances en nuestra habilidad para acumular información ocurren cada vez más cerca uno del otro. Ya en el plazo de sesenta años, la vida en el mundo industrializado ha cambiado casi más allá de lo reconocible, excepto para los recuerdos de quienes nacieron en la primera mitad del siglo XX. Este patrón culminara en un progreso tecnológico inimaginable en el siglo XXI, llevándonos a una singularidad. Kurzweil desarrolla esta visión en sus libros La era de las máquinas espirituales y La singularidad está cerca.

Críticas [editar]Se afirma que el crecimiento exponencial del progreso tecnológico podría llegar a ser lineal, moderarse, o allanarse siguiendo una curva de crecimiento limitado. En este modelo, en lugar de una aceleración global del progreso, la tecnología avanzaría a saltos donde quiera que hubiera humanos interesados en ello y se pararía donde no hubiese un beneficio suficientemente grande para sacarle provecho. Como consecuencia, la secuencia de cambios nunca se pondría tan empinada como para constituir una singularidad.

Algunos ejemplos de grandes intereses humanos en la tecnología que favorecerían este avance son la revolución de los ordenadores o proyectos gubernamentales masivos como el Proyecto Manhattan y el Proyecto Genoma Humano. La fundación que organiza el Premio del Ratón Matusalén cree que los estudios sobre el envejecimiento podrían constituir la base de uno de estos proyectos masivos, si se da el caso de que el envejecimiento celular de los ratones se hace lento o, incluso, se revierte.

Theodore Modis y Jonathan Huebner han argumentado, cada uno desde distinta perspectiva, que la tasa de innovación tecnológica no sólo ha cesado de incrementarse, sino que, de hecho, en la actualidad está descendiendo. La validez de sus conclusiones ha sido criticada por John Smart.

Elegir "hitos" tecnológicos, definir el "crecimiento" tecnológico y ejercicios semánticos similares incluyen a menudo una considerable subjetividad y son, por consiguiente, fácilmente criticados. Por ejemplo, se puede afirmar que los inventos son generalmente creados por una población fija de inventores a una tasa constante, independientemente de su destreza tecnológica actual y, por consiguiente, el "progreso" tecnológico es en realidad una función del crecimiento poblacional, no de invenciones pasadas.

De hecho, la singularidad tecnológica es precisamente una de las pocas singularidades detectadas a lo largo del análisis de una serie de características del desarrollo del Sistema-mundo, por ejemplo, respecto a la población mundial, el PIB y algunos otros índices económicos.[4] Se ha mostrado[5] que el patrón de crecimiento hiperbólico de la demografía mundial, la economía, la cultura, la urbanización y el desarrollo tecnológico (observado durante siglos, si no milenios, antes de 1970) podría explicar de forma bastante simple, la retroalimentación positiva no-lineal de segundo orden , que se mostró hace tiempo para generar precisamente el crecimiento hiperbólico, conocido también como el "régimen de hinflado" (implicando precisamente singularidades de tiempo finito). En nuestro caso, esta retroalimentación positiva de segundo orden no lineal tiene el aspecto siguiente: más gente - más inventores potenciales - crecimiento tecnológico más rápido - la capacidad de carga de la Tierra crece más rápido - la población crece más rápido - más gente - más inventores potenciales - crecimiento tecnológico más rápido... y así, sucesivamente. Por otra parte, esta investigación ha mostrado que desde 1970 el Sistema-Mundo nunca más se desarrolla hiperbólicamente, su desarrollo diverge cada vez más del "régimen de hinflado" y en la actualidad se está desplazando "desde la singularidad", más que "hacia la singularidad".

Juergen Schmidhuber llama la Singularidad Omega al punto omega de Teilhar de Chardin (1916). Para Omega = 2040, dice la serie Omega - 2n longitudes de la vida humana (n<10; una longitud de la vida humana = 80 años) coincidirán bruscamente los eventos más importantes de la historia de la humanidad. Pero también cuestiona la validez de tales listas, sugiriendo que simplemente reflejan una regla general para "ambos, la memoria individual de un individuo y la memoria colectiva de sociedades completas y sus libros de historia: amontonamientos constantes de espacio en memoria son destinados a intervalos de tiempo adyacentes, exponencialmente mayores, cada vez más lejos en el pasado". Sugiere que esta puede ser la razón "por la que nunca ha habido una escasez de profetas prediciendo que el final está cerca - los eventos importantes del pasado, de acuerdo con el punto de vista personal, parecen

Teoría de las ciencias históricas

Teoría de las ciencias históricas

La ciencia histórica se construye sobre ruinas, vestigios, documentos, monumentos: llamemos reliquias a todas estas cosas. Pero el historiador no permanece inmerso en sus ruinas. Las puebla de «fantasmas». Los fantasmas del pretérito no son gratuitamente construidos. No es fácil redefinir la función de estos fantasmas. Sugerimos que son el soporte mínimo de las operaciones del plano β-operatorio en el cual las reliquias han de ser reconstruidas, de suerte que nos remitan al descubrimiento de futuras reliquias: este es el único sentido positivo que creemos posible atribuir a las predictividad del futuro, asociada ordinariamente a la Historia científica. Los «fantasmas» sólo figuran, por tanto, en la Historia fenoménica, como operadores que enlazan las «reliquias» diferentes entre sí. ¿Cómo definir la unidad de esta ciencia histórica que llamamos fenoménica y cómo establecer sus relaciones con el otro tipo de Historia científica de rango más alto, denominándola Historia teórica? Con este nombre designamos a un conjunto de ciencias muy heterogéneas (de índole social –político, económico– y de índole cultural), más que a una ciencia unitaria –una «Historia total». Sugerimos como criterio para formular el sentido de la oposición Historia fenoménica/Historia teórica, la oposición general entre las metodologías α-operatorias y las metodologías β-operatorias [227-232]. La cuestión comienza en este punto: en el del análisis gnoseológico del significado de las reliquias en el conjunto de la construcción histórica, y en el análisis de los procedimientos de construcción, mediante los cuales ellas parecen ser desbordadas. En las ciencias históricas ocurre algo que ocurre también en las ciencias físicas: que las «esencias» son el reflejo de las «fenómenos» fisicalistas. El espectro es el reflejo del átomo (ordo essendi), pero gnoseológicamente el átomo (de Bohr) es el reflejo del espectro; a partir de los fenómenos espectrales comenzó aquél a ser científicamente construido. Así también, el pasado será, para la ciencia histórica, el reflejo del presente (el reflejo de las reliquias) y no recíprocamente. Las tareas de la teoría de la ciencia histórica consisten en el análisis de los mecanismos de paso del reflejo [reliquias] a lo reflejado [pasado]. Toda construcción histórica debe comenzar por el anacronismo de los fenómenos, de las reliquias, y por quienes las han trabajado. El pasado al que llegamos tras la construcción sobre las reliquias, no cabe tratarlo como una realidad coexistente con el fenómeno, sino precisamente como una «irrealidad», encubierta por la circunstancia de que es designada por significantes verbales («fue», «sido») tan positivos como los significantes que designan el presente («es»). Planteamos las cuestiones gnoseológicas primeras de la teoría de las ciencias históricas como cuestiones centradas en torno a los «procedimientos» de transición (o construcción, regressus) a partir de las reliquias hasta los fenómenos pretéritos, así como a los procedimientos de enlace de unos fenómenos entre sí, en tanto han de conducirnos de nuevo a reliquias (progressus) y, enventualmente, a la predicción del futuro fisicalista. De un futuro que, si es predictible científicamente, es porque ya está determinísticamente coordinado con nuestro sistema, aunque (ese futuro) nos sea desconocido. (Evidentemente, lo que se denota con la expresión «futuro gnoseológicamente determinado» no puede ser otra cosa sino el conjunto de reliquias aún desconocido.) {BP01a 5-7}

La Historia como ciencia

Historia como ciencia

Dentro de la popular división entre ciencias y letras o humanidades, se tiende a clasificar a la historia entre las disciplinas humanísticas junto con otras ciencias sociales (también denominadas ciencias humanas); o incluso se le llega a considerar como un puente entre ambos campos, al incorporar la metodología de éstas a aquéllas.[5] La ambigüedad de esa división del conocimiento humano, y el cuestionamiento de su conveniencia, ha llevado al llamado debate de las dos culturas.

No todos los historiadores aceptan la identificación de la historia con una ciencia social, al considerarla una reducción en sus métodos y objetivos, comparables con los del arte si se basan en la imaginación (postura adoptada en mayor o menor medida por Hugh Trevor-Roper, John Lukacs, Donald Creighton, Gertrude Himmelfarb o Gerhard Ritter). Los partidarios de su condición científica son la mayor parte de los historiadores de la segunda mitad del siglo XX y del siglo XXI (incluyendo, de entre los muchos que han explicitado sus preocupaciones metodológicas, a Fernand Braudel, E. H. Carr, Fritz Fischer, Emmanuel Le Roy Ladurie, Hans-Ulrich Wehler, Bruce Trigger, Marc Bloch, Karl Dietrich Bracher, Peter Gay, Robert Fogel, Lucien Febvre, Lawrence Stone, E. P. Thompson, Eric Hobsbawm, Carlo Cipolla, Jaume Vicens Vives, Manuel Tuñón de Lara o Julio Caro Baroja). Buena parte de ellos, desde una perspectiva multidisciplinar (Braudel combinaba historia con geografía, Bracher con ciencia política, Fogel con economía, Gay con psicología, Trigger con arqueología), mientras los demás citados lo hacían a su vez con las anteriores y con otras, como la sociología y la antropología. Esto no quiere decir que entre ellos hayan alcanzado una posición común sobre las consecuencias metodológicas de la aspiración de la historia al rigor científico, ni mucho menos que propongan un determinismo que (al menos desde la revolución einsteniana de comienzos del siglo XX) no proponen ni las llamadas ciencias duras.[6] Por su parte, los historiadores menos proclives a considerar científica su actividad tampoco defienden un relativismo estricto que imposibilitaría de forma total el conocimiento de la historia y su transmisión; y de hecho de un modo general aceptan y se somenten a los mecanismos institucionales, académicos y de práctica científica existentes en historia y comparables a los de otras ciencias (ética de la investigación, publicación científica, revisión por pares, debate y consenso científico, etc.).

La utilización que hace la historia de otras disciplinas como instrumentos para obtener, procesar e interpretar datos del pasado permite hablar de ciencias auxiliares de la historia de metodología muy diferente, cuya subordinación o autonomía depende de los fines a los que estas mismas se apliquen.

[editar] Historia como disciplina académica
El registro de anales y crónicas fue en muchas civilizaciones un oficio ligado a un cargo institucional público, controlado por el estado. Sima Qian (denominado padre de la Historia en la cultura china) inauguró en esa civilización los registros históricos oficiales burocratizados (siglo II a. C.). La crítica del musulmán Ibn Jaldún (Muqaddima -Prolegómenos a la Historia Universal-, 1377) a la manera tradicional de hacer historia no tuvo consecuencias inmediatas, siendo considerado un precedente de la renovación de la metodología de la historia y de la filosofía de la historia que no se inició hasta el siglo XIX, fruto de la evolución de la historiografía en Europa Occidental. Entre tanto, los cronistas oficiales castellanos y de Indias dieron paso en la España ilustrada del siglo XVIII a la fundación de la Real Academia de la Historia; instituciones similares existen en otros países.[7]

Véase también: Cronista y Historiografía#Historia de la Historia
La docencia de la historia en la enseñanza obligatoria fue una de las bases de la construcción nacional desde el siglo XIX,[8] proceso simultáneo a la proliferación de las cátedras de historia en las universidades (inicialmente en las facultades de letras o Filosofía y Letras, y con el tiempo, en facultades propias o de Geografía e Historia -disciplinas cuya proximidad científica y metodológica es una característica de la tradición académica francesa y española-)[9] y la creación de todo tipo de instituciones públicas[10] y privadas (clubes históricos o sociedades históricas, muy habitualmente medievalistas, respondiendo al historicismo propio del gusto romántico, empeñado en la búsqueda de elementos de identificación nacional); así como publicaciones dedicadas a la historia.

Artículo principal: Revista de historia
En la enseñanza media de la mayor parte de los países, los programas de historia se diseñaron como parte esencial del currículum. En especial la agregación de historia presente en los lycées franceses desde 1830 adquirió con el tiempo un prestigio social incomparable con los cargos similares en otros sistemas educativos y que caracterizó el elitismo de la escuela laica republicana hasta finales del siglo XX.

A ese proceso de institucionalización, siguió la especialización y subdivisión de la disciplina con diferentes sesgos temporales (de cuestionable aplicación fuera de la civilización occidental: historia antigua, medieval, moderna, contemporánea -estas dos últimas, habituales en la historiografía francesa o española, no suelen subdividirse en la historiografía anglosajona: en:modern era-), espaciales (historia nacional, regional, local, continental -de África, de Asia, de América, de Europa, de Oceanía-), temáticos (historia política, militar, de las instituciones, económica y social, de los movimientos sociales y de los movimientos políticos, de las civilizaciones, de las mujeres, de la vida cotidiana, de las mentalidades, de las ideas, cultural), historias sectoriales ligadas a otras disciplinas (historia del arte, de la música, de las religiones, del derecho, de la ciencia, de la medicina, de la economía, de la ciencia política, de las doctrinas políticas, de la tecnología), o centrada en cualquier tipo de cuestión particular (historia de la electricidad, de la democracia, de la Iglesia, de los sindicatos, de los sistemas operativos, de las formas -literarias de la Biblia-, etc). Ante la atomización del campo de estudio, también se han realizado distintas propuestas que consideran la necesidad de superar esas subdivisiones con la búsqueda de una perspectiva holística (historia de las civilizaciones e historia total) o su enfoque inverso (microhistoria).

El Premio Nacional de Historia (de Chile -bianual, a una personalidad- y de España -a una obra publicada cada año-) y el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales (a una personalidad del ámbito de la historia, la geografía u otras ciencias sociales) son los más altos reconocimientos de la investigación histórica en el ámbito hispanohablante, mientras que en el ámbito anglosajón existe una de las versiones del Premio Pulitzer (en:Pulitzer Prize for History). El Premio Nobel de Literatura, que puede recaer en historiadores, sólo lo hizo en dos ocasiones (Theodor Mommsen, en 1902, y Winston Churchill, en 1953). Desde una perspectiva más propia de la consideración actual de la historia como una ciencia social, el Premio Nobel de economía fue concedido a Robert Fogel y Douglass North en 1993.