lunes, 22 de marzo de 2010

Historia cíclica y lineal y la globalidad

Historia cíclica y lineal y la globalidad
La concepción mítica del tiempo no es lineal, sino cíclica. Ejemplos son la antigua doctrina del eterno retorno, que existía en el Antiguo Egipto, las religiones dhármicas o, entre los griegos, los pitagóricos y los estoicos. Hesíodo (Los trabajos y los días) describe cinco edades del hombre: la Edad de Oro, la Edad de Plata, la Edad de Bronce, la Edad Heroica y la Edad de Hierro, que comienza con la invasión de los Dorios. Platón también escribe sobre el mito de la Edad de Oro. Los antiguos griegos creían en una concepción cíclica de las formas de gobierno, en las que cada régimen necesariamente cae en su forma corrupta (aristocracia, democracia y monarquía eran los regímenes sanos; oligarquía,demagogia y tiranía los corruptos).
En Oriente se desarrollaron teorías cíclicas de la historia en China (teoría del ciclo dinástico), y en el mundo islámico (Ibn Jaldún).
Judaísmo y cristianismo sustituyeron dichos mitos por el concepto bíblico de la Caída del Hombre o expulsión del Jardín del Edén, que proporciona la base de la teodicea, que intenta reconciliar la existencia del mal en el mundo con la existencia de Dios, creando una explicación global de la historia con la creencia en una Edad Mesiánica. La teodicea propone que la historia tiene una dirección de progreso tendente a un fin escatológico (como el Apocalipsis) previsto por un poder superior. Agustín de Hipona, Tomás de Aquino o Bossuet (Discurso sobre la historia universal, 1679) formulan tales teodiceas. Leibniz, que acuñó el término, propuso la suya propia: basó su explicación en el principio de razón suficiente, que proclama que todo lo que ocurre lo hace por una razón específica. Por tanto, lo que el hombre ve como mal (guerra, enfermedad, desastres naturales) es sólo un efecto de su percepción. Si se adopta el punto de vista de Dios, esos malos acontecimientos forman parte de un plan divino más amplio. La teodicea explica la necesidad del mal como un elemento relativo que forma parte de un conjunto mayor: el plan de la historia. El principio de razón suficiente de Leibniz no es un gesto de fatalismo. Enfrentado al antiguo problema del futuro contingente, Leibniz desarrolla la teoría de los mundos posibles, distinguiendo dos tipos de necesidad, para evitar el problema del determinismo.
Durante el Renacimiento las concepciones cíclicas de la historia se hicieron comunes para explicar la decadencia del Imperio romano. Son ejemplo los Discursos sobre Tito Livio de Maquiavelo. La noción de Imperio contiene en sí misma su ascenso y su caída, como explicita Edward Gibbon en Historia del declive y caída del Imperio romano (1776) (incluido por la Iglesia Católica en el Índice de libros prohibidos).
Las concepciones cíclicas se mantuvieron en el siglo XIX y XX por autores como Oswald Spengler, Nikolay Dnilevsky y Paul Kennedy, que concebían el pasado humano como una repetitiva serie de ascensos y caídas. El primero, que escribie tras la Primera Guerra Mundial, creía que una civilización entra en una era de cesarismo tras la muerte de su alma. Pensaba que el alma occidental había muerto y que el cesarismo estaba a punto de comenzar.
McGaughey (Cinco épocas de civilización) ve la historia humana como una continua historia de creación relacionada con el desarrollo de la sociedad humana, contada en sucesivos capítulos o épocas históricas. La introducción de mejores tecnologías de comunicación como la escritura o la comunicación electrónica cambian la sociedad en tal grado que puede considerarse que una nueva civilización ha comenzado. No hay fin de la historia (si no es catastrófico) sino un continuo proceso de innovación tecnológica y desarrollo social que ahora colisiona con un medio ambiente limitado.

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