lunes, 16 de junio de 2008

LA GRAN GUERRA 1914-1918




El asesinato del heredero de Francisco José resulté ser desde el primer momento mucho más que tin mero epi­sodio, aunque gravísimo, de la áspera y larga lucha de las nacionalidades coexistentes en el complejo imperial de los Habsburgo. El conflicto asumió inevitablemente una dimen­sión política europea, en el sentido de qtie sus implicacio­nes no podían agotarse en cl ámbito exclusivo de Aus­tria—Hungría, al menos por tres razones: porqtie arrojaba una sombra inquietante sobre la estabilidad del orden nmltina­cional del Imperio de los Habstirgo, uno de los pilares del ordenamiento político continental vigente; porque el Gobier­no de Viena podía verse inducido, precisamente para ase­gurar la estabilidad del Imperio, a volverse contra Serbia y arrancar de raíz ci irredentismo que había armado a los ase­sinos de Sarajevo; y, finalmente, porqtie una guerra de repre­salia de Austria-Hungría contra Serbia no dejaría a Rusia indiferente, con el riesgo de poner en movimiento el meca­nismo de las alianzas militares que desde hacía veinte años unía a las mayores potencias de Europa en grupos contra­puestos.
Ajuicio del Gobierno de Viena no quedaban alternativas de política interior: para sobrevivir, el Imperio debía» eliminar a Serbia”; y estaba también persuadido de que podría lograr­lo sin poner en peligro el futuro de Austria-Hungría. Con­dición esencial era la cobertura diplomática de Alemania y,
en caso necesario, su intervención militar, si ci conflicto con­tra Serbia asumía mayores proporciones; era, por tanto, nece­sario tantear las intenciones del Gobierno alemán. En Pots­dam, los días 5 y 6 de julio, Guillermo II tranquilizó al enviado de Viena sobre el ~>apoyo total de Alemania». No está probado que el emperador pretendiese con ello alentar a Atistria-Htingría a que entrase en acción, contando con el inevitable comienzo de una guerra europea; sino al contra­rio, pensaba que la prtieba de fuerza austro-alemana no tras­pasaría el mareo de ambas naciones. El ministro de Asuntos Exteriores austríaco, Leopold Berchtold, creyó de todas for­mas poder interpretar las garantías de Guillermo II como un aliento a correr cualquier riesgo. Pocos días después, ven­ciendo la resistencia del presidente del Consejo húngaro, István Tisza, el Gobierno imperial decidía enviar un ulti­mátum a Serbia, formulado de tal forma que no pudiese aceptarlo sin capitular ni pudiese rechazarlo sin provocar la intervención armada austro-húngara. Berchtold ignoraba entonces lo que se sabría más tarde, cuando la Gran Guerra ya había terminado y Austria-Hungría había desaparecido:

Cabrinovié, Princip y sus compañeros habían estado en con­tacto con la asociación secreta serbia de la >~Mano negra»> dirigida por el jefe del servicio de información del Estado Mayor serbio, D. Dimitrijevié, ye1 Gobierno serbio no había hecho nada para impedir el atentado, aun conociéndolo d algún modo. Berchtold sólo sabía que los terroristas eran nacionalidad serbia, que habían recibido las armas en Bel­grado y que la prensa del país había exaltado el asesinato Estos hechos ie bastaron.


El ultimátum llegó a Belgrado en la tarde del 23 de julio, después de haberse informado al Gobierno alemán; mas se decidió no comunicarlo previamente a Italia, a pesar de ser un país aliado. En Viena, y con el permiso de Berlín, se que­ría evitar que desde Roma se pusieran objeciones o enojosas exigencias de eventuales compensaciones. Pero antes la diplo­macia europea se había puesto manos a la obra para conju­rar un ehoque austro-serbio, del cual pudiera nacer un con­flicto de proporciones mucho mayores. Rusia había hecho saber a Berlín que si Austria intentaba aplastar a Serbia, le declararía la guerra; para mantener la paz, Alemania habría debido impedir que Viena hiciese imposible una solución negociada sobre el respeto de la soberanía serbia, salvando al mismo tiempo el prestigio y los intereses rusos. Pero era demasiado tarde: Berlín había dado vía libre a Viena. Por otra parte, precisamente en la vigilia del envío del ultimá­tum, el presidente de la República francesa, Poinearé, y el presidente del Consejo, Viviani, se encontraban en Peters­burgo y no dejaron de asegurat a su vez a sus interlocutores rusos que, en cualquier caso, la alianza franco-rusa perma­necería firme. Por tanto, también Petersburgo, como Viena, obtenía, en este sentido, seguridades por parte del aliado. Serbia tenía 48 horas para respondet al ultimátum. La diplo­macia europea trató febrilmente de aprovecharlas para convencer a Viena y Belgrado de que no llevaran a cabo hechos irreparables. El 26 de julio, Gran Bretaña tomó la iniciativa de proponer una conferencia entre las grandes potencias, a excepción de Austria-Hungría por ser parte en la causa, con el fin de encontrar una solución pacífica a la crisis. Italia aceptó sin titubear y presioné en vano sobre el Gobierno de Belgrado para que no provocase, con una respuesta negati­va, una ruptura definitiva. Pero Alemania rechazó la pro­puesta para no »arrastrar a Austria delante de un tribunal europeo”; a su vez, el ministro de Asuntos Exteriores ruso Sazónov hizo saber que prefería un trato directo con Bereh­told, el cual, por su parte, declaró inaceptable la propuesta británica.

La respuesta serbia fue negativa, como era de esperar. El Gobierno de Viena, en consecuencia, decidió la tarde del 27 enviat al gabinete serbio la declaración de guerra, que se entregó el 28: el mismo día Belgrado fue bombardeada. En este punto ya no había lugar para iniciativas diplomáticas. Pero a partir del 24 de julio, o sea, antes del fin del ultimá­tum y de la propuesta británica de una conferencia, tampo­co había prácticamente nada qtie hacer para salvar la paz europea. De hecho, precisamente aquel día el Gobierno ruso había considerado la movilización parcial de 1 3 ctierpos de ejército en el caso de que Austria-Hungría declarase la gue­rra a Serbia; al día siguiente había ordenado la premoviliza­ción general. El mismo 24, el Gobierno alemán, en una cir­cular diplomática, había hecho saber que las consecuencias de la eventual intervención de una tercera potencia en el con­flicto austro-serbio serian “incalculables~. Se intentaba parar a Rusia, como en 1909, mediante la amenaza de un recur­so a las armas; al mismo tiempo, quedaba de manifiesto la voluntad alemana de asegurarse a cualquier precio el éxito de su aliada.

Petersburgo respondió a la declaración de guerra de Aus­tria-Hungría a Serbia la misma noche del 28 con la movili­zación de los 13 cuerpos de ejército previstos; sin embargo, aclaró, a la mañana siguiente, que no se moverían si las tro­pas atistro-hiingaras no atravesaban la frontera serbia. Se tra­taba de una declaración destinada sólo a evitar a Rusia la acusación de haber provocado, con sus decisiones, la guerra general en Europa. El Gobierno alemán hizo saber en segui­da a Petersburgo que si la movilización rusa, dirigida contra Austria-Hungría, continuaba, se vería obligado a ordenar a
su vez la movilización de sus fuerzas. La noche del 29 1 rusos sostuvieron qtie no podían modificar las decision tomadas veinticuatro horas antes. El día 30 aún se empl en tentativas para evitar el estallido dc una guerra gener aunque ya era evidente que se trataba de asegurarse una co~ rada. Nicolás II sugirió el recurso al juicio del Tribunal La Haya para dirimir la cuestión austro-serbia; Sazónov, mismo tiempo, sugirió que Viena renunciase a exigir abia la aceptación de los puntos del ultimátum, abiertame te lesivos para su soberanía. A su vez, ci Gobierno británi propuso que Austria-Hungría, ocupada Belgrado a título garantía, aceptase después suspender las operaciones, ahrie do cl camino a la mediación británica; advertía, sin emb~ go, que si la guerra implicaba a las grandes potencias con nentales, Gran Bretaña no podría permanecer durante lar~ tiempo al margen. Ante tal proposición, ci canciller alem; Theobald von Bethmann-Hollweg dudó en ir más lejos, pe chocó con ci Estado Mayor, para el cual la intervención Alemania al lado de Austria-Hungría, contra Rusia y Fra cia, su aliada, representaba el último recurso para salvar doble monarquía de la destrucción. El canciller cedió.

La tarde del 30 Nicolás II decidió pasar de la movilizacu parcial a la general; la orden se publicó al amanecer del é31. Su significado era claro: Rusia preparaba un enfrent miento no sólo con Austria-Hungría, sino también con Al manía. El Gobierno de Petersbtirgo descuidó consultar al París, como hubiera debido hacer según los pactos de alia za, y lo puso frente al hecho consumado temiendo las ob] ciones, que se traducirían en una pérdida de tiempo.,tenía prisa por entrar en acción, sabiendo que Francia no podría hacer otra cosa que seguirla. La declaración de Sazó­nov: »negoeiaré hasta el último momento», pronunciada en aquellas circunstancias, sonó como una última e inútil hipo­cresía. El Gobierno alemán respondió inmediatamente a la decisión rusa enviando un ultimátum a Petersburgo para reclamare1 paro inmediato de la movilización, y otro a Paris, exigiendo a Francia que aclarase sus intenciones: en caso de que optase por la neutralidad, reclamaba las fortalezas de Toul y Verdún como garantía. El 1 de agosto, Alemania orde­nó la movilización general y esa noche declaró la guerra a Rusia, que no había respondido al ultimátum. Mientras tan­to, también Francia había movilizado a sus tropas, rete­niéndolas a 10 Em de la frontera. La noche del 2, el Gobier­no alemán envió otro ultimátum a Bruselas pidiendo el paso de sus tropas por territorio belga, lo cual violaba el régimen de neutralidad que, desde 1831, le habían garantizado todas las potencias y, por tanto, también Alemania, heredera de los compromisos internacionales asumidos por Prusia. El 3 de agosto declaró finalmente la guerra a Francia. El Gobier­no británico, que hasta el 2 de agosto había dudado en pro­nuneiarse, a pesar de las angustiosas e insistentes llamadas de Francia, aquel mismo día, informado de que las tropas alemanas habían ya atravesado la frontera de Luxemburgo, hizo saber que la flota británica defendería las costas france­sas de la Mancha, siempre que fuesen atacadas por los ale­manes, hipótesis ya prevista en los acuerdos anglo-franceses de 1912. El 4 de agosto, Gran Bretaña, ante la violación de la neutralidad belga, que se había comprometido a garanti­zar, por parte de las tropas alemanas, envió a Berlín un ulti­mátum para que desistiese; al ser éste rechazado, declaró la guerra a Alemania. En poco más de un mes la chispa de Sara­jevo ineendió toda Europa.


Las causas de la Gran Guerra

Apenas estallado el conflicto, se empezó a hablar de “res­ponsabilidades» acusando a ésta o aquella potencia de haber­lo provocado, como si se redujese a la voluntad consciente y deliberada de uno u otro de los beligerantes. Las potencias de la Entonte trataron de endosar la responsabilidad a Aus­tria-Hungría y a Alemania, sobre todo a esta última, que tenía los medios y los argumentos para frenar la acción de Viena y no lo había hecho; los Imperios centrales acusaron a Rusia de haber comprometido el edificio de la paz toman­do las medidas de movilización y a Francia de haber alenta­do a Rusia y a Gran Bretaña para que entraran en el con­flicto. Esta disputa, destinada a proiongarse durante muchos años y ni siquiera hoy abandonada por completo, no tenía al plantearse meros fines propagandistas y políticos: era la manifestación del miedo por lo sucedido y la sorpresa poro1 hecho de que los acontecimientos hubieran tomado la delan­tera a los hombres de gobierno, arrastrándoles hacia el abis­mo. Hablar de responsabilidades parecía, desde el principio, objetivamente impropio, aunque cada uno de los belige­rantes eontinuó sirviéndosc de este argumento para lo que pudiera favorecer a sus propios fines. Es fácil probar que nin­guno quiso verdaderamente la guerra, ni siquiera Aus­tria-Hungría, la cual esperaba un breve y expeditivo arreglo de cuentas limitado a Serbia, si ésta hubiera accedido a sus peticiones; pero también es verdad que ninguno sc OPUSO realmente a la perspectiva de un conflicto generalizado en el continente europeo.

Más tarde, cuando la guerra hubo terminado, se creyó poder aclarar su génesis remontándose a las causas que la hicieron madurar y estallar. Sobre este terreno la argumentacion es más convincente. En la base se encuentran las grandes corrien­tes ideológicas y culturales de los últimos decenios del siglo XIX y primeros años del xx, como el nacionalismo y el impe­rialismo, el rechazo de la razón y la exaltación de la acción y de la violencia, que habían prevalecido sobre otras diver­sas y opuestas teorías, como el pacifismo y ci internaciona­lismo. Entre finales de julio y principios de agosto dc 1914, los llamamientos a las armas fueron respondidos con entu­siasmo; los estudios posteriores sí también la literatura del momento reflejan la atmósfera de fiesta liberadora que acorn­pañó a los alistamientos de los ejércitos y a los primeros cho­
ques. Siguen los factores políticos, eeononiicos y miliu Entre los primeros se encuentra la escasa fc en la Europ las naciones nacida de la paz de Francfort (1871), que h sustraído Alsacia—Lorena a Francia, y la posterior forma de las alianzas secretas y o puestas entre las grandes pote continentales, que había roto en dosel sistema político e peo. Entre los factores cconomicos está la carrera por la quista de los mercados mundiales, que después de 18 había traducido en la adqtiisición de nuevos territorio vistas a la formación dc colonias o ~esferas de interese fenómeno surgía de la creciente capacidad productiv complejo industrial de las grandes potencias, que exce capacidad de absorción de los mercados nacionales, seg lógica del sistema capitalista. Finalmente, estaba la co sima carrera de armamentos que había arrastrado a tod grandes potencias.

Ninguna de estas series de causas tenía la posibilidad sola de desencadenar la Gran Guerra, ni siquiera, com ra se sostiene, las causas económicas. Las alianzas op se equilibraban; Francia sola no htibiera emprendido tina guerra de desqtiite contra Alemania; Austria—Hun Rusia sc habían enfrentado siempre en los Balcanes a de algún otro, evitando un choquc directoAlemania el cerco de la Entente, pem no pensaba co aventuras. Elstado de la economía, las altas finanzas, la gran industria y el comercio internacional aparecía, en Gran Bretaña y Alema­nia no menos que en el resto de los países, propenso a sal­var las razones de la paz más que a comprometerla recu­rriendo al recurso extremo y arriesgado de IÁ guerra para defender o incrementar sus propios intereses. La carrera de armamentos era en realidad una causa de segundo orden, consecuencia del entramado de las causas primarias, ideoló­gicas, políticas y económicas. Precisamente en ese nudo, cada vez más fuerte y agobiante con el curso de los años, debe buscarse el complejo origen de la crisis de julio de 1914 y de su epílogo. En conexión con la marcha irrefrenable de los acontecimientos después del asesinato de Sarajevo están los errores de juicio y de previsión que cometieron los hombres con responsabilidades de gobierno y su rendición moral a las sugestiones de la guerra, lo que hizo vano desde el prin­cipio cualquier intento de negociación.


La ilusi6n de la guerra breve

El convencimiento general era que el conflicto, de propor­ciones comparables sólo a las guerras napoleónicas, no dura­ría mucho. Lo creía la opinión pública, recordando las ful­minantes victorias de Prusia sobre Austria y sobre Francia y, naturalmente, ansiosa de una inmediata conclusión; con ello contaban los Gobiernos, sobre todo los que habían perma­necido neutrales, los Estados Mayores directamente impli­cados y, más que cualquier otro, el Estado Mayor alemán, bien consciente de las ventajas y las desventajas propias de la situación estratégica de Alemania y sabedor de que las pri­meras superaban a las segundas sólo a corto plazo, pasado el cual los términos tendían a invertirse. Esa situación, deter­minada por el sistema de las alianzas existentes, implicaba la previsión de tener que operar en dos frentes al mismo tiem­po: al oeste contra Francia y al este contra Rusia. Ello cons­tituía una grave desventaja, por cuanto obligaba a Alemania a dividir sus fuerzas. El peligro podía anularse utilizando con perspicacia el factor de la maniobra por líneas internas: era precisamente lo que preveía el plan formulado por el jefe del Estado Mayor alemán, general Alfred von Schlieffen, a prin­cipios de siglo, y llevado a cabo por su sucesor, general Hel­mut von Moltke, sobrino del vencedor de la guerra relám­pago franco-prusiana de 1870-1871.

Partiendo de la consideración de que Francia y Rusia no eran ‘>vasos comunicantes», porque geográficamente están separadas, y de que la movilización del ejército ruso, dado lo vasto de su territorio y lo insuficiente de su red ferrovia­ria, sería más lenta que la del francés (varias semanas con­tra apenas 13 días), Von Schlieffen había sacado dos con-
clusiones: primera, colocar en el frente ruso el mínimo de fuerzas para la defensa de la Prusia oriental, dejando a las tropas austro-húngaras el peso principal del enfrentamien­to con las fuerzas contrarias; segunda, concentrar en el fren­te occidental todas las fuerzas disponibles para lograr cuan­to antes la victoria decisiva. En la primavera de 1914 Von Moltke preveía que la campaña de Francia no duraría más de seis semanas, tras lo cual el núcleo de las tropas podría dirigirse contra Rusia. El Estado Mayor alemán, en virtud de este esquema operativo, creía poder conseguir la supe­rioridad de las fuerzas en el frente occidental: 51 divisiones de infantería y 11 de caballería contra 46 divisiones de infan­tería y 10 de caballería francesas. Pero el plan de Von Schlief­fen, que confiaba al factor tiempo un papel preponderan­te, preveía, además, la necesidad de forzar la neutralidad belga para aprovecharse a fondo de esa superioridad. Las fuerzas alemanas deberían atravesar el territorio belga i caer sobre el ala izquierda del ejército francés, arrollar tener vía libre hacia París, sin afrontar el obstáculo d defensa fortificada adversaria, construida entre la fron suiza y la belga. Francia no se había fortificado a lo larg la frontera de Bélgica porque sostenía que la neutralida aquel país, garantizada internacionalmente y por la prc Alemania, la cubría lo suficiente.

Los Estados Mayores de Francia y de Rusia, analizando vez la situación estratégica general y las informaciones poseían sobre los proyectos alemanes, habían llegado a mismas conclusiones que Von Schlieffen y habían acoi do, en consecuencia, un plan que aspiraba a bloquear, a cipándola, la prevista maniobra del adversario. Por esto rusos, sin esperar a llevar a término la movilización, at:

rían de inmediato con las fuerzas disponibles en el frentc Prusia oriental, para obligar al Estado Mayor alemán a traer tropas y medios del frente occidental; los franceses, su parte, no desencadenarían un dispositivo militar defensivo, sino que dirigirían acciones ofensivas para prender de flanco a las tropas alemanas en movimiento. La realidad de la guerra pronto fue muy distinta y revel’ errores de evaluación de una y otra parte. En primer 1 el plan estratégico alemán no contaba con la interven de Gran Bretaña al lado de Francia y de Rusia. Segú cálculos del Estado Mayor alemán, aun cuando tal i vención podía darse, se habría producido demasiado porque el ejército británico casi no existía y debería cr de la nada, lo cual requería tiempo. De rodas formas, manta sostenía que Gran Bretaña no intervendría para El 4 de agosto esa ilusión se había desvanecido y la per tiva global de la guerra, considerada por Berlín, cam profundamente. Además, el Estado Mayor alemán sos que la violación de la neutralidad belga no traería co cactones en el plano político-diplomático ni perjudica modo alguno a la causa alemana. En cambio, el Gob belga rechazó el paso de las tropas germanas por su te rio (3 de agosto), preparándose para defender con las la integridad y la independencia del país, y la opinión ca mundial se sintió profundamente sacudida por la fa prejuicios y la brutalidad del comportamiento alemá este aspecto, Alemania abrió la guerra con una derrota, consecuencias pagaría duramente después.

El Estado Mayor francés, por su parte, cometió el er creer que las fuerzas alemanas no llevarían realmente mino la maniobra a través de Bélgica, por cuanto las des­ventajas político-diplomáticas y psicológicas que ello impli­caba superaban a las ventajas estratégicas. Probablemente, se detendrían en la línea del Mame, incluso porque no dispo­nían de unidades suficientes para llevar más allá la manio­bra. En otras palabras, el general Joffre, oponente de Von Moltke, no creyendo en una amenaza por el flanco izquier­do, preparó dos ofensivas, una entre los Vosgos y el Mosela, y la otra en las Ardenas.

En las tres primeras semanas del conflicto, la ejecución del plan germano en el frente occidental pareció desarrollarse a un ritmo irresistible. En el extremo derecho, los dos ejérci­tos de Von Kluck y de Von Búlow apuntaron sobre Lieja y Namur, las plazas fuertes que defendían la frontera belga. Lieja era alcanzada el 6 de agosto; su último bastión cayó diez días después, abriendo el camino a la ocupación de Bru­selas, donde los alemanes entraron el 20. El pequeño ejérci­to belga se vio obligado a encerrarse en Amberes. El 21 empe­zó la batalla de Charleroi: 30 divisiones al mando de Von Biilow se enfrentaron a 14 divisiones francesas mandadas por el general Lanrezac, 4 divisiones británicas y una belga. La noche del 23, la batalla concluyó con tina gran victoria alemana.

Al mismo tiempo, las unidades alemanas implicadas en la »batalla de las fronteras», más al este, detenían la ofensiva que los franceses habían lanzado en el sector de las Ardenas, de conformidad con el plan previsto para contrarrestar la eje­cución del alemán; precisamente el 23 les obligaban a reple­garse. La amenaza del envolvimiento del ala izquierda del ejército francés se convertía, por tanto, en gravísima y la pre­visión de que la guerra terminaría en seis semanas iba cami­no de convertirse en realidad. Los ejércitos de Von Kiuck y de Von Bülow, que formaban la vanguardia de los efectivos, recibieron la orden de perseguir al enemigo en retirada, con el objeto de deshacerlo. Si la operación salía tal como esta­ba previsto, daría comienzo la fase final de la gran maniobra
para rio y de la nteira go de ad de ropia

En el frente oriental, los rusos, llevando a cabo los compro­misos contraídos con los aliados franceses, habían invadido la Galitzia austríaca el 15 de agosto y, dos días después, habí­an lanzado una ofensiva en Prusia oriental. Ambas opera­ciones comenzaron favorablemente, sobre todo la segunda. Las tropas rusas, al mando de Rennenkampf, habían derro­tado en Gumbinnen (hoy Gusev) a las unidades alemanas
de Prittwitz, obligándolas a retirarse hacia el Vístula prometido de la situación indujo a Von Moltke, del parecer de sus colaboradores del Estado Mayo a sustraer dos cuerpos de ejército a las fuerzas que, 1 te occidental, estaban ocupadas en la maniobra d miento del ala izquierda del ejército francés, para al frente ruso. Fue un doble error, dictado, de una~ la seguridad de tener ya en su mano la victoria

por lo que el debilitamiento del ala atacante no del ficar el éxito de la maniobra en curso de rápido d y de otra, por una evaluación apresurada de la situ; se había originado en el frente oriental. Von Molt] seía las dotes de carácter de un gran jefe y se dejó mar por la marcha imprevista de los primeros che los rusos, sin esperar confirmaciones y desarrollos. dad, las tropas austro-húngaras habían resistido bi mema embestida en el sector galitziano, pasando a ofensiva el 23 de agosto. En el sector de Prusia orie Hindenburg, que había sustituido al derrotado Priti bó una batalla de cuatro días (Tannenberg, 26-fl ro) con el ejército ruso de Samsónov, al que aniq una gran victoria, aunque no debe sobrevalorarse; lización rusa estaba todavía en marcha y los recurs res del Imperio zarisra participaban en la lucha só pequeña parte.


La batalla del Mame

La solución del conflicto, para Von Moltke yel Esta germánico, debía buscarse más que nunca en O Durante diez días la persiguieron con extremada tenacidad. Las unidades de Von Kluck se dirigiemoi damente a Compiégne, para hacerlo posteriomme el Mame, atravesando Cháteau-Thierry y acerca campo atrincherado de París. Su avance parecía ir ble. Francia se conmocionó yel presidente del Conse ni, constituyó un Gobierno de unión nacional

cipación de los socialistas (27 de agosto); el 2 de se Gobierno y Parlamento abandonaron la capital y damon a Burdeos. Pero no disminuyó el deseo de se a fondo en la guerra; el 5 de septiembre las tres 1 de la Entente firmaron en Londres el compromiso d pular armisticios o paces separadas.

Precisamente en aquellos días la situación militar cambiar en favor de los franco-británicos. Las fui debían resistir la embestida de los ejércitos alemai lograron escapar a los intentos de cerco o destru profundidad de la audaz penetración germánica Mame ofreció la oportunidad de sorprender por las unidades de Von Kluck y de lanzar a la lucha las fuerzas concentradas alrededor de París. Joffre decidió pasar a la con­traofensiva el día 5; a la mañana siguiente empezó la batalla del Mame. Se enfrentaron 20 divisiones alemanas contra 30 franco-británicas; a pesar de la superioridad numérica de estas últimas y del empleo de la artillería, que provocó gra­vísimas pérdidas a los atacantes, durante tres días el éxito del choque se mantuvo incierto. Se abrió una brecha entre los ejércitos de Von Kluck y de Von Bülow, a través de la cual avanzaron los ingleses; sin embargo, Von Bülow pamó el gol­pe atacando a las fuerzas mandadas por Foch en los panta­nos de St. Gond. El 8 de septiembre, el empuje de las uni­dades francesas se frenó, sobre todo en el ala izquierda, que habría debido rodear el flanco derecho del ejército alemán, y el general Maunoumy dio órdenes para el caso de retirada. Fue entonces cuando Von Moltke, que había permanecido alejado del campo de batalla, al contrario que Joffre, acusó por completo la sorpresa de la reacción francesa en el Mar­ne, revelando sus limitaciones como jefe. Subvalorando la fuerza moral de las tropas alemanas, juzgó fracasada la tota­lidad de la operación en curso y envió al teniente coronel Rudolf Hentsch para que tomara cuenta de la situación en el frente. Hentsch se consideró autorizado, al no tener ins­trucciones escritas, a tomar las decisiones necesarias. La maña­na del 9 los franceses atravesaron el Mame; cuando llegó la noticia de que el ala izquierda del ejército de Von Kluck se replegaba, Hentsch, en nombre del Mando supremo, dio la orden de que los ejércitos 1 y 2 comenzaran la retirada. No se dio cuenta, a causa de la falta de unión entre las unidades alemanas, de que el ejército 1 todavía podía vencer y consi­deró particularmente crítica la situación del ejército 2 sin comprender que el éxito de la batalla era todavía incierto. La noche del 9 los alemanes estaban ya en plena retirada hacia el Aisne; la batalla se resolvió así con un gran éxito francés, por otra parte completamente merecido. Joffre había reparado con calma y habilidad los errores iniciales, equili­brando nuevamente el ala izquierda de su ejército; las uni­dades puestas bajo sus órdenes, después de los primeros reve­ses, se batieron con valor. La sombra de un nuevo Sedán se alejó: la guerra relámpago prevista y deseada por el Estado Mayor alemán estaba virtualmente perdida.

La confirmación no tardó en llegar. El 10 de septiembre Von Moltke replegó también a la región de Argonne los ejércitos que constituían el centro de su dispositivo militar, abando­nando la ofensiva en curso. El 12, los franco-británicos ocu­paron nuevamente Reims y superaron el Aisne; el 14 Von Moltke fue sustituido por Von Falkenhayn, quien se encon­tró en seguida ante la necesidad de cerrar la brecha que, pre­cisamente en el Aisne, se había abierto entre los ejércitos ger­mánicos. Ello se logró cli 7 y la ofensiva francesa se bloqueó; el frente comenzó a estabilizarse. En un intento de terminar la guerra en poco tiempo, ambos contendientes iniciaron la ~carrema al mar>~. Para recuperar espacio frente a la maniobra de envolvimiento del ala septentrional del ejército adversa­rio, alemanes y franco-británicos, a los cuales se unieron des­pués del 9 de octubre las tropas belgas anteriormente ocu­padas en la defensa de Amberes, no disponían de otro medio que empujamse cada vez más hacia el oeste, a lo largo del tre­cho de frontera franco-belga todavía no afectado por la gue­rra. El primero en moverse fue Von Falkenhayn, llevando el ejército 6 de Metz a San Quintín. La batalla que tuvo lugar en el Somme el 23 de septiembre duró una semana sin lograr-se éxito alguno: las trincheras se alargaron entre el Oise y el Somme. Joffme tomó entonces la iniciativa en un intento de poner en dificultad al ala derecha alemana, pero también la batalla de Ammás concluyó a primeros de octubre con la esta­bilización del frente.

Von Falkenhayn jugó en este momento su última carta con gran decisión. Con objeto de alcanzar el canal de la Mancha y ocupar Calais y Boulogne, bases del ejército británico, el 18 de octubre inició una nueva ofensiva repeliendo a las uni­
.o com­t contra general, i el fmen­envolvi­mviarlas Erre, por Francia, ka modi­arrollo; ión que no po­presio­ues con n meali­n la pri­vez a la tal, Von itz, tra­de agos­dades belgas que habían escapado a la caída de Amberes y que se estaban reorganizando en el Yser. Siguió la batalla más larga y sangrienta de la campaña verano-otoño de 1914, con enormes bajas por ambas partes, cerca de 400.000 hombres en total. Pero no dio el resultado que esperaba el Mando supremo alemán: los belgas resistieron el empuje germano y después invadieron el valle del Ysem, haciendo imposible la continuación de las operaciones; los ingleses resistieron jun­to con los franceses, bajo el mando de Foch. Tampoco la ofensiva en Argonne tuvo éxito: las fuerzas se mantenían equilibradas y las tropas estaban agoradas. Los alemanes con­quistaron Diksmuide (10 de noviembre) y llegaron al mar, pero la esperanza de doblegar a Francia y a sus aliados rom­piendo el frente se había desvanecido definitivamente. A la guerra de maniobras rápidas la sustituía, del canal de la Man­cha a Suiza, la guerra de trincheras, de lento y obsesionante desgaste que nadie había previsto. Tampoco en los otros frentes la situación ofrecía perspecti­vas muy distintas. En Prusia oriental Von Hindenburg logró, después de Tan nenberg, una nueva victoria en los lagos Masu­mianos (7-15 septiembre), pero Rennenkampf había logrado escapar, retirándose tras la línea del Niemen. Los austríacos sufrieron una dermora, que les obligó a abandonar Bi y Galitzia y sobre todo les puso en situación de no poé ctonar contra los rusos sin el apoyo alemán. A finales 8 ejércitos rusos, bajo el Alto Mando del gran duqu lás, llevaron a cabo una ambiciosa ofensiva desde Pol dirección a la Alta Silesia, uno de los centros virales d mío industrial alemán. Las operaciones comenzaron a de septiembre y se desarrollaron con suerte variable. E de una victoria inicial rusa, el ejército de Von Mackens ció en Kutno (14-15 noviembre), pero también esta adversarios escaparon del cerco retirándose a Lódz. 1 tríacos, por su parte, reemprendieron la ofensiva, pero cipios de noviembre fueron obligados a meplegarse. En bre, Conrad logró batir al enemigo en el sur de Ct aunque al mismo tiempo los rusos ocupaban Czem También en el frente meridional la lucha entre serbio tmíacos terminó en tablas. Los austríacos, al mando de relc, no lograron doblegar a las fuerzas serbias; ocupan grado el 6 de noviembre, pero al mes siguieni contraofensiva les obligó a retirarse más allá del [3am


Países neutrales y nuevos beligerantes

Los acontecimientos de la guerra, en aquellos primer co meses, tuvieron variadas aunque siempre pmofundat cusiones en el comportamiento de los Estados no nr dos inmediatamente en el conflicto y condicionaron la fia­bilidad y la eficacia de la acción diplomática desarrollada por los dos grupos beligerantes para encontrar nuevos aliados y acrecentar las respectivas probabilidades de éxito final. Los países escandinavos (Dinamarca, Noruega y Suecia) y Holan­da, aparte de Suiza, vinculada a un estatuto de neutralidad perpetua, después de manifestar su deseo de permanecer neu­trales, no se alejaron de esta posición, independientemente de las inclinaciones ideológicas, culturales y de la opinión pública. En el Mediterráneo, la elección de la neutralidad fue igualmente rápida, aunque bastante menos resuelta. Espa­ña, como las potencias menores de la Europa centrosepten­trional, fue la única que permaneció neutral hasta el fin de la guerra. Ésa fue la política adoptada por el Gobierno con­servador de Eduardo Dato, ante el alejamiento de España de las grandes alianzas europeas, la falta de preparación mili­tar y la honda división del país entre germanófilos y aliadó­filos que coincidían, sustancialmente, los primeros con los sectores más conservadores y los segundos con los partida­rios de una democratización de la vida política, que parecía alentar, desde el año anterior, el rey Alfonso XIII; este pro­ceso se vio interrumpido por las repercusiones de la guerra sobre la economía del país, subrayando aún más las de­sigualdades sociales.

Italia, Grecia y el Imperio otomano entraron en el conflic­to. El más decidido fue el Gobierno turco. Apenas había esta­llado la guerra, cuando Constantinopla firmó en secreto un tratado de alianza con Alemania (2 de agosto); era la lógica consecuencia del resultado desastroso de las guerras balcá­nicas, que casi había expulsado al Imperio otomano del con­tinente europeo. El conflicto podía ofrecerles posibilidades de revancha si se decantaban hacia la causa alemana y no hacia la de la Entente, donde figuraba Rusia, su más peli­grosa rival durante dos siglos. Pero el Gobierno turco, aun confiando en la victoria de Alemania, quiso mantenerse for­malmente neutral, por lo menos el tiempo necesario para armarse. El 10 de agosto, sin embargo, permitió entrar en el Bósforo a dos buques de guerra alemanes, el Goeben y el Bres­Iau, liberándoles de la persecución anglofrancesa y com­prándolos posteriormente. La batalla del Mame indujo a Constantinopla a una mayor cautela y a dilatar su entrada en el conflicto en espera de evaluar mejor los acontecimien­tos. Pero el Gobierno alemán, que precisamente por su fra­caso en el oeste necesitaba mantener a sus adversarios ocu­pados en otros frentes, forzó la situación precipitando el hecho consumado. El bombardeo del puerto ruso de Novo­rossisk por parte de los dos buques, al mando del almirante alemán Souchon, obligó al Gobierno turco a declarar la gue­rra a las potencias de la Entente (5 de noviembre). El futu­ro del Imperio otomano dependía ya de la victoria o de la derrota alemana. Los Imperios centrales conseguían algo importantísimo: aislar a Rusia, que ya no recibiría sttminis­tros de sus aliados a través de los Estrechos.

Cuando estalló la guerra, Italia había renovado recientemente con Alemania y Austria-Hungría la Triple Alianza que, a par­tir del 20 de mayo de 1914, debía durar otros 1 2 años. Ello no le impidió declararse neutral (5 de agosto), provocando vivas reacciones en los dos países aliados y beligerantes, sobre todo a nivel de la opinión pública, ni considerar sin demo­la oportunidad de intervenir en la guerra al lado de la

Entente contra sus dos aliados. La neutralidad fue desde el principio una fórmula de cobertura provisional utilizada-por el Gobierno italiano para replantear radicalmente su políti­ca exterior. Ello correspondía a la irritación y a los recelos provocados en el Gobierno por la reticencia de los aliados durante la gran crisis de julio, en clara violación de las obli­gaciones sancionadas por la Triple. Pero, a su vez, respondía también a la tendencia general de la opinión pública a per­manecer fuera del conflicto.



La entrada de Gran Bretaña en la guerra modificaba los tér­minos de relación tradicionales de la política exterior italia­na, adherida a la larga asociación triangular con el supuesto de no tener que entrar nunca en colisión con la mayor poten­cia naval del Mediterráneo. La intervención británica plan­teaba la oportunidad de invertir las alianzas, para poder madurar la irmepetible ocasión de complerar, finalmente, el ciclo del Risorgimento, bloqueado desde 1866. El presiden­te del Consejo italiano, A. Salandra, y el ministro de Asun­tos Exteriores, A. de San Giuliano, rechazando arriesgadas aperturas hacia los Gobiernos de Perersburgo (desde agosto de 1914 rebautizada Petrogrado) y París, se confiaron al diá­logo discreto y exclusivo con Londres. El momento era gra­ve para la Entente y se deseaba la participación italiana; pero sobrevino la batalla del Mame y la intervención de Roma perdió parte de su interés. Italia, por su lado, decidió espe­rar, negociando sin convicción con Austria-Hungría los pro­blemas relacionados con el Art. 7 de la Triple, relativo a las recíprocas compensaciones en caso de altemamse el statu quo balcánico. Muerto A. de San Giuliano en octubre, su suce­sor en el ministerio de Asuntos Exteriores, G. 5. Sonnino, acentuó la inclinación hacia una neutralidad negociada con los Imperios centrales. Alemania había perdido la guerra relámpago, pero no por ello podía hablarse de victoria de la Entente.

La neutralidad de Grecia fue el resultado de dos tendencias contradictorias: el filogermanismo del rey Constantino 1 y la simpatía del jefe del Gobierno, Eleutherios Venizelos, hacia la Enten te, con el apoyo de la cual esperaba satisfacer las ambiciones del nacionalismo panhelénico. Otros dos facto­res contribuían a mantener a Grecia en una posición neu­tral: la presencia de la flota británica en el Mediterráneo oriental y la hostilidad de sus vecinos, Bulgaria y el Imperio otomano; la primera esperando aprovecharse de sus vence­dores de 1913, y el segundo todavía, al parecer, indeciso. Neutralidad, por tanto, ambigua, como la de Bulgaria y Rumania, a pesar de que estas últimas tenían razones bas­tante distintas para permanecer al margen del conflicto. Bul­garia esperó en vano el desarrollo de los acontecimientos de la ofensiva austríaca contra Serbia, para pronunciamse en favor de los Imperios centrales; después, a pesar de la intervención turca, la estabilización de las fuerzas en el campo de batalla, así como el hecho de que la Entente no pudiera ofrecerles ventajas concretas a cambio de participar en la guerra, jun­to con Serbia, indujeron a Bulgaria a no entrar en el con­flicto. El caso de Rumania presentaba razones semejantes a las de Italia y, como ésta, era aliada de Austria-Hungría con la que al mismo tiempo mantenía reivindicaciones irreden­tistas. El Gobierno de Bucarest se alineó en las posiciones
del Gobierno de Roma, comprometiéndose, median acuerdo secreto, a sincronizar su acción con éste tras la lla del Mame. Pero Rumania, a diferencia de Italia, eventualidad de participar en la guerra de parte de la E te, sólo podía contar con Rusia, y ésta no daba, por sí garantías suficientes. Una razón más, y decisiva, para por la neutralidad.

La Entente no logró adquirir ningún aliado en Europ~ ta la primavera de 1915. El único que se había ofrec serlo efectivamente, Portugal, en nombre de una alianza lar con Gran Bretaña y con el fin de salvaguardar la exi cia de su imperio colonial, fue invitado por Londres a mar y a atenerse, por el momento, a la neutralidad de Es1 Fue, en cambio, Japón, el que descendió al campo de lla aliado de la Entente. Su alianza con Gran Bretaña,] vada por un decenio en 1911, no le obligaba a intetver un conflicto europeo, pero le permitía una inesperada tad de acción en Extremo Oriente. Japón declaró la g a Alemania (23 de agosto) como prueba de su lealtad al do, a pesar de la oposición británica. Londres no veu buenos ojos las miras japonesas sobre las posiciones dc mafia en China: no podía ignorar a los dominicos de tralia y de Sudáfrica, que temían una continuación del e~ sionismo nipón y presionaban para que se persuadiese aJ de que no interviniera. La guerra en Extremo Orient brevísima y terminó con la ocupación de Shantung y la rulación de la base naval deTsingtao (7 de noviembre). días después, el Gobierno de Tokio hizo saber que no daría soldados a Europa, donde, a su juicio, no estab juego ni la seguridad del país ni la paz de Extremo Om Desde aquel momento la intervención japonesa fu nominal, aunque los problemas que había suscitado trascendentales.

Norteamérica, la otra gran potencia extraeuropea, s suró en cambio a declarar su neutralidad, con la mt de respetarla y de hacerla respetar, y su decisión orie este sentido a todos los Estados de América Latina. E ro, el presidente Woodrow Wilson (1913-1921) re dó, en un llamamiento a los americanos, el más rigum peto de la neutralidad y de la «imparcialidad», qu aspecto secundario, interior, psicológico y moral d mema, simple fórmula diplomática. Esta actitud se a la tradición política americana y a su renuencia e a inniiscuirse en los asuntos europeos, pero obede bién al variado origen de su población, en la que 1 grantes de ascendencia alemana eran numerosos e i res. La paz entre los distintos grupos étnicos era n según Wilson y Bmyan, su secretario de Estado, pa Gobierno desarrollara una acción mediadora entre gerantes, dirigida a lograr una paz de compromiso que impi­diera a Rusia predominar en Europa en el caso de una vic­toria de la Entente, o a Alemania, en el caso de una victoria de los Imperios centrales. También Estados Unidos, como Gran Bretaña, estaban interesados en el mantenimiento del equilibrio europeo, y desde el momento en que Gran Bre­taña participaba en el conflicto, Washington debía asumir el deber de restablecerlo ofreciéndose como mediador.

Los planes de Wilson en este sentido no tuvieron, sin embar­go, ningún éxito. Durante los pocos meses de la guerra relám­pago, ninguno de los beligerantes se mostró dispuesto a com­prometer ei resultado. El 14 dc septiembre, el Gobierno alemán hizo saber que no aceptaría condiciones de paz que no ofrecieran serias garantías para la seguridad del país, y ello implicaba un cambio sustancial, a su favor, de la

anterior a la guerra. Gran Bretaña pretendía, a su vez, garan­tías contra el expansionismo alemán y el resarcimiento de los daños infligidos a Bélgica. Francia se mostró hostil a una mediación juzgada como intempestiva e inoportuna. Wil­
ediante un tas la baca­talia, en la e la Enten­por sí sola, para optar


1titopa has-ofrecido a lianza seco-la existen­ires a espe— de España. po de baca­caña, reno­itemvenlr en erada libem— ró la guerra sitad al alia­ao veía con mes de Ale­ons de Aus­n del expan­bese a Japón Oriente fue ngy la eapi­nbme). Pocos ue no man-estaban en o Oriente. sa fue sólo tado fueronea, se apme­a intención omientó en a. En agos­recomen­guroso mes-que era el de la pmi­se ajustaba constante cuando, entre noviembre y diciembre, Sui­za y España se ofrecieron como intermediarias junto a Esta­dos Unidos, Washington hizo saber que el proyecto era pre­maturo. A la estabilización de los frentes de guerra correspondió la estabilización dcl frente diplomático.


Los nuevos proyectos estratégicos

Entre finales de l9l4yptincipiosde 1915, los Estados Mayo­mes de los países beligerantes se atuvieron a las concepciones estratégicas acrisoladas en las experiencias y los resultados de los meses anteriores. En Occidente, los ejércitos enfrcntados estaban fortificados en líneas continuas y profundas, hacien­do imposible, o extremadamente difícil, ci intento de con­tinuar la guerra de maniobras. Ello indujo a Von Falkenhayn a tomar la decisión de mantenerse a la defensiva en el oeste, concentrando, en cambio, rodo el esfuerzo en el frente ruso, menos delineado y sólido. Se reconocía así el fracaso total del plan de Von Schlieffen. Durante todo 1915 el Estado Mayor alemán persiguió el objetivo de poner a Rusia de rodi­llas, para obligar a las otras potencias de la Entente a acatar sus condiciones de paz.

En febrero, las unidades alemanas, reunidas en gran núme­ro en Prusia oriental, algunas trasladadas desde el frente ocei­dental y otras de nueva formación, dieron comienzo segunda batalla de los lagos Masurianos. La victoria dei tów fue un hecho brillante: un cuerpo de ejército rus dó cercado y capituló, dejando a los alemanes 1 10.0( sioneros. Pero una tempestad de nieve impidió q alemanes aprovecharan el éxito. El mismo mes, los a cos de Conrad reanudaron la batalla de los Cárpatos, dio los resultados esperados: la fortaleza de Przemy diada durante seis meses, capituló ante los rusos (22 ézo) y la contraofensiva del gran duque Nicolás, qm llegado hasta los límites de la llanura danubiana, fu mida a duras penas a principios de abril con la ayuda cuerpos de ejército alemanes. Los rusos no pudiero. dir Hungría, pero los alemanes tampoco lograron ros frente oriental: una vez más, nada se había deeididc poco cabía esperar variaciones decisivas en el oeste, franceses e ingleses creían todavía posible deshacer la sa alemana. Los primeros efectuaron un intento en en la zona de Soissons, mientras que los segundos lo en marzo, en el sector de Flandes, pero fueron red con grandes bajas que deterioraron la moral dc las Un tercer intento, igualmente negativo, se llevó a cal mes de abril, en Wo~vre, Lorena.

Previendo la parálisis estratégica en el frente oecid primer lord del Almirantazgo, Winston Churchil propuesto desde principios de año una operación refuerzo naval del estrecho de los Dardanelos, con renovar las iniciativas de la Entente. El plan prometía tantes resultados en la economía general de la guei tra los imperios centrales: la caída de Constanttn capitulación del Imperio otomano y la reapertur Estrechos a la navegación marítima eran la soluci asegurar el aprovisionamiento de material bélico cuyo montaje industrial era absolutamente insufieie satisfacer las crecientes necesidades de una guerra gada y devoradora de armas y municiones; asimisn daba asegurada la exportación de los cereales de Rus sana para sostener la balanza comercial y la coriza rublo. La operación contra los Dardanelos influir mente en la postura de los Estados balcánicos toda~ eisos, haciéndoles inclinarse hacia la Entente. En Gobierno británico y poco después ei francés apto plan de Churchill. La operación empezó en febo fortificaciones turcas en las puertas de los Dardan ron destruidas.


Muy pronto, sin embargo, resultó evidente que no bastaba reducir al silencio a los fuertes para asegurarse el control del estrecho; el 18 de marzo, en un intento de penetrar en pro­fundidad en los Dardanelos, la flota anglo-francesa perdió un tercio de sus unidades. Surgió entonces la alternativa de aban­donar la empresa, con lo que la victoria de los turcos podría tener inevitables y peligrosas repercusiones en el comporta­miento del mundo musulmán, desde Egipto hasta la India, o persistir en ella, desembarcando un cuerpo expedicionario en la península de Gallípoli. Se escogió la segunda solución:

el 25 de abril se inició e1 desembarco en las dos riberas de los Dardanelos; en un principio 30.000 franco-británicos, des­pués 5 divisiones británicas, y, seguidamente, nuevos refuer­zos. Estas tropas permanecieron inmovilizadas en tierra, sufrien­do grandes bajas; se abría así un nuevo frente con las mismas características que los de Europa.


La intervención de Italia

En esta situación, entre marzo y abril maduró definitivamente la participación italiana en la guerra junto a las potencias de la Entente. En los meses precedentes, Salandra había dado la impresión de dudar ante este paso y su discurso del 16 de octubre, en el que evocaba el ~sacro egoísmo~ del país como inspirador supremo de la política italiana, parecía confirmar las vacilaciones. En realidad, la invocación al egoísmo daba acceso, sólo en apariencia, a todas las soluciones. Poco antes de morir, A. di San Giuliano había elaborado ya las condi­ciones a plantear a la Entente para entrar en guerra a su lado.
Salandra, además, sabía que no había alternativa: la mayoría del país rechazaba participar en la guerra junto a los Impe­rios centrales, y la neutralidad en un conflicto mundial, deci­sivo para el futuro ordenamiento del continente, no podía durar mucho tiempo. Creer lo contrario equivalía a no tener en cuenta la importancia estratégica de Italia en ci Medite­rráneo y los intereses vitales que ésta tenía que defender. En los meses sucesivos, las orientaciones de la opinión pública se precisaron mejor: continuaba rechazándose en gran parte la perspectiva de la guerra, pero atrmentaba el peso de los par­tidarios de la intervención contra los Imperios centrales, libe­rales, reformistas, republicanos, numerosos sindicalistas y el ala del Partido Socialista que siguió a Mussolini.

En diciembre de 1914, Sonnino abrió nuevamente en Vie­na la cuestión de la compensación que Austria-Hungría debe­ría dar a Italia por las ganancias obtenidas en la campaña contra Serbia, dando a entender que debía ser la región del Trentino; naturalmente, Italia permanecería neutral. Berch­told fue evasivo, mientras, no se opuso a la ocupación ita­liana de la bahía de Valona como garantía. Su sucesor, Burian, se mostró más rígido y ni siquiera respondió a las peticiones de Roma ni a las presiones de la propia Alemania. Sostenía que la victoria no estaba lejos y temía, como antes Andr-Ássy,
Destacamento de infanteria turca en la peninsjla oe Gallipoli, en mayo de 1915. La expedic ón anglo-francesa desemoarcada el mes
que la cesión del Trentino constituyera un precedente peli­groso para un Estado multinacional como la doble monar­quía. El 3 de abril Italia acabó con las dudas e inició nego­ciaciones formales con la Entente a través del Gobierno de Londres; poco antes había dado comienzo la operación en los Dardanelos, que afectaba los intereses del país en los Bal­canes y en el Mediterráneo oriental. Italia pedía a la Enten­te mucho más de lo que había pedido inútilmente a Aus­tria-Hungría: la anexión del Tnentino y de Venecia-Julia, que incluía Trieste, la frontera del Brennero, Dalmacia y las islas adyacentes, la soberanía sobre Valona ye1 protectorado sobre los territorios albaneses que habían quedado tras el reparto entre serbios, montenegrinos y griegos. Italia reclamaba, en suma, la hegemonía sobre el Adriático y la seguridad estra­tégica en los Alpes, para satisfacer las aspiraciones naciona­les y protegerse de una futura venganza de los Imperios cen­trales como consecuencia de su traición. Además, Italia pedía la soberanía sobre el Dodecaneso, ocupado provisionalmente en 1912 durante la guerra italo-tunca, y la promesa de com­pensaciones territoriales a favor de sus colonias si se repar­tía el patrimonio colonial alemán en Africa. Rusia se opuso, queriendo asegurar a Serbia una salida por el Adriático, pero prevaleció el deseo de Gran Bretaña de llegar al acuerdo de mantenerlo en secreto. Italia prome a cambio, entrar en guerra en el plazo de un mes. El 3 de mayo, el Gobierno italiano abandonó la Triple Ah za. Un último intento attstro-alemán para impedir la e cura con Italia, haciendo concesiones a las demandas dcli] dentismo italiano, cayó en el vacío. El pacto de Londres ya un hecho consumado y la mayoría neutralista y giolit ma de la Cámara no logró impedir la intervención. El rechazó (16 de mayo) la dimisión presentada por Salan cuando 320 diputados sobre un total de 508 expresaror disentimiento a la política del Gobierno, depositando su jera de visita en casa de Giolitti. El soberano tenía en cc ca el compromiso que le implicaba directamente y el he de que en el país prevalecía la opinión intervencionista 20, la Cámara aprobó los créditos militares; sólo los so listas, a diferencia del proceder de sus correligionarios fi ceses y alemanes el año anterior, votaron en contra. El 2 mayo de 1915 Italia declaró la guerra a Atistria-Hungrí


Las operaciones en el frente oriental y la ocupación de Serbia

El éxito diplomático que la intervención italiana rcpres para la Entente no encontró parangón en los restantes o del año en el plano militar. Los Imperios centrales conti ron dominando en conjunto, sobre todo en el frente o tal. Von Falkenhayn, instado por Hindenhurg, Luden& Conrad, que debía ahora vigilar también el frente itali insistió en concentrar el máximo esfuerzo contra Rusia, que una campaña afortunada en aquel frente alentaría a gana a unirse a los Imperios centrales. En mayo comen operación más importante de la guerra, que recordó de ma forma la empresa napoleónica, aun cuando los resuli fueran tan distintos. Entre los Cárpatos y el Vístula, región de Górlitz (Gonlice), las tropas alemanas condu brillantemente por Von Mackensen obtuvieron una nance victoria: roto el frente enemigo a lo largo de 16( aunque no lograron alcanzar a los rusos, les persiguierot ca el río San, liberando la fortaleza de Przemysl a primel junio y capturando más dc 150.000 prisioneros. Unas da brecha en las líneas enemigas permitió a últimos de liberar por completo Galitzia, invadida en los primeros dc la guerra; cl 22 dc junio se ocupó Lwów. Sin perder po y aprovechando la desmoralización del ejército Mando germánico organizó una nueva ofensiva hacia e dos de julio, con el fin de superan el Vístula y poner el cultad cl sector central de la formación militar enemilpie Ahian­irla rup­del irrc­odres era giohittia­‘n. El rey r Salandna tesaron su do sotar­en cucn­el hecho onista. El los socia­ios fran­El 24 dc ungría.

Fue también un éxito completo: Varsovia cayo cl 5 dc agos­to. Más al norte, Von Hindenburg atacó Kovno y después de ocuparla marchó sobre Vilma, mientras, desde el sur las fuerzas dc Von Mackcnsen marchaban sobre Brcst-Litovsk y los austríacos avanzaban sobre cl Dniéstcr. Sc delineaba una enorme operación estratégica de la cual los rusos sólo podían escapar abandonando Polonia por completo. El 25 de septiembre finalizaron las operaciones: más dc 800.000 prisioneros y una gran cantidad dc material bélico quedaba en manos alemanas. El gran duque Nicolás fue obligado a dejar el mando, asumido por el propio zar, que nombró jefe dcl Estado Mayor al general Alckséicv. El ejército ruso había sufrido un golpe durísimo, dcl que no sc repondría com­pletamente, pero no estaba fuera dc combate. Von Falken­hayn, por otra parte, no quiso insistir en una operación que requería el empleo de fuerzas no disponibles.

Prefirió completar el éxito organizando una ofensiva contra Serbia, que se confiú a Von Mackensen. El 5 de septiembre la diplomacia austro-alemana lograba convencer a Bulgaria para que entrase en el conflicto al lado de los Imperios cen­trales, éxito que arrebató a la diplomacia dc la Entente, mer­ced a que podía ofrecer más: la adquisición de Macedonia a expensas de los serbios, que la habían conquistado en 1913 disputándoscla a los búlgaros. La Entente prometía una par­te de Tracia arrancada dcl Imperio otomano, una parte de Macedonia, silos serbios obtenían »compensaciones equi­valentes» en Bosnia-Herzegovina a expensas de Austria-Hun­gría, yla cesión de Kavala ene1 Egeo. Los serbios, sin embar­
go, no querían restituir ni siquiera una parte de Macedonia, en la que los búlgaros estaban muy interesados.

El rey Fernando (1908-19 18) y el jefe de Gobierno, Rados­lavov, dudaron hasta el verano antes de compromcrerse defi­nitivamente con los Imperios centrales, temiendo la repre­salia dc Rusia. Los éxitos de la ofensiva austro-alemana en el este, el fracaso dc la expedición de los Dardanelos y el haber logrado un acuerdo con Constantinopla que permitía a Bul­garia desplazar la frontera turco-búlgara hasta Maritza, indu­jeron finalmente a los búlgaros a intervenir al lado de los Imperios centrales. En caso de victoria, tendrían Macedonia y, si Grecia y Rumania pasaran al campo adversario, la Mace­donia griega y l)ohrudja. El 5 dc octubre, Bulgaria entro en la guerra. El día anterior las tropas austro-alemanas de Von Mackensen habían empezado la ofensiva contra Serbia ocu­pando nuevamente Belgrado el día 9; pocas semanas des­pués la campaña había finalizado. Las tropas serbias, agota­das hasta e1 límite de sus fuerzas, se replegaron a la costa albanesa y cerca dc 150.000 supervivientes embarcaron en naves italianas y ahiadas trasladándose a Corfú, Llonde se había refugiado cl Gobierno, presidido por Pasic. Los búlgaros, tras ocupar Skoplje, se detuvieron en la frontera griega. Ale­mania pudo lograr otro gran éxito, sobre todo estratégico:

la intervención de Bulgaria y la eliminación de Serbia per­mitían la unión directa con e1 Imperio otomano y la fonmación de un bloque de fuerzas que partía en dos Europa, del Báltico al Bósforo.


Operaciones en el frente occidental y en el italiano

En Francia, entre la primavera y el otoño de 1915, la guerra confirmó su curso, a pesar de los reiterados esfuerzos de los ejércitos de la Entente. La ofensiva francesa en Artois (9 mayo-5 julio) no dio resultados apreciables y se resolvió con graves pérdidas de hombres y material. Después de una lar­ga preparación y con ingentes fuerzas, se desencadenó en septiembre, una vez más en Artois y Champagne, una nue­va ofensiva, prolongada hasta octubre, con el fin de elimi­nar la vanguardia del ejército alemán que apuntaba hacia Palis. Los alemanes mantuvieron el frente, cediendo sólo algunos millares de prisioneros, y causando numerosisimas bajas a los atacantes. En la primera ofensiva los franceses tuvieron 140.000 muertos y más de 250.000 heridos; en la segunda, perdieron 180.000 hombres y los ingleses 60.000. Las operaciones en el nuevo frente, desde los Alpes hasta el Adriático, habían comenzado la misma noche de la declara­ción de guerra. Para el Estado Mayor italiano, el proyecto estratégico general hubiera debido ser inverso, respecto al más inmediato pasado, de acuerdo con el giro operado en las alianzas. Para el austríaco Conrad, frente a Cadorna, su adversario, se trataba de defenderse, ya que la línea princi­pal de combate seguía siendo la rusa. Teniendo en cuenta la naturaleza favorable del terreno, los austríacos podían espe­rar el ataque italiano en el sector del Isonzo, fortificado en las colinas del Carso. En el frente alpino, las posibilidades de efectuar grandes operaciones eran bastante reducidas; Ita­lia se encontraba en condiciones desfavorables. Sus tropas deberían afrontar las montañas, mientras que los austríacos tenían abierta ante ellos la llanura del Po. Ademas, la fron­tera de 1866 dibujaba un gran arco cerrado precisamente entre el lago de Garda y el Adigio, creando una amenaza per­manente a la retaguardia del ejército italiano que operaba entre los Alpes y el mar.
Italia afrontó la prueba de la guerra precisamente en el momen­to en que ésta no favorecía a la Entente, sobre todo en Rusia; el Estado Mayor italiano había contado con que las fuerzas zaristas obligaran a inmovilizar en su frente al grueso de las fuerzas austro-húngaras. Superada de todas formas, bastante cómodamente la frontera, el 23 de junio dio comienzo la pri­mera ofensiva del Isonzo contra las cabezas de puente aus­tríacas de Gorizia y de Tolmino, pero éstas resistieron todos los ataques. El 7 de julio se suspendió la ofensiva. Entre el 18 de julio y el 3 de agosto se desencadenó un segundo ataque
tan duro como inútil por la conquista de la cumbre Miguel y de otros importantes enclaves austríacos en so; por una y otra parte, las bajas fueron enormes. 1 trucción de las unidades combatientes y una epidemia c ra surgida entre las tropas indujeron al mando italiarn larga interrupción. Hasta el 18 de octubre no empezé cera batalla del Isonzo, que duró hasta el 4 de novien cuarta se desarrolló entre el 10 de noviembre y el 2 de bre. Los únicos resultados fueron la conquista de Osla’ Podgora; Gorizia, aun estando tan cercana, no se pudc zar. Entre muertos y heridos, los italianos perdieron 1 hombres, los austríacos 80.000 y más de 28.000 prisi. En el resto del frente sólo se verificó alguna modesta da erosión de la línea de defensa austriaca.

El balance de la guerra, a finales de 1915, resultó n para la Entente en todas las zonas, habida cuenta de qi bién la expedición para la invasión de los Dardanc comprometida en primavera, se resolvió en un fraca nitivo. El 7 de agosto, los ingleses realizaron un últimc zo. Desembarcados por sorpresa en Ariburnu, en 1 occidental de la península de Gallípoli, se enfrenu Anafarta con los turcos que les bloquearon después encarnizada batalla. Convencido, finalmente, de la dad y del altísimo costo de la operación, el Gobiern nico decidió evacuar las zonas ocupadas de la penír reembarque tuvo lugar entre el 20 de diciembre y enero de 1916. Las unidades empleadas, entre las q raban divisiones de todos los dominios del Imperio co, sufrieron cerca de 130.000 bajas entre muertos dos; los turcos, vencedores sobre el terreno, cerca de 1 Mejor fue el balance para los Imperios centrales qu bían defendido en Francia y en Italia, habían hundid y arrasado Serbia. Cada vez parecía más evidente e brio entre las dos coaliciones, y el conflicto se a incierto y de larga duración. La aspereza de la lu inmensos sacrificios de hombres y el enorme con5 riquezas hacía problemática una paz de compromis tras las fuerzas fueran incapaces de eliminarse.



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