lunes, 16 de junio de 2008

La Gran Guerra : Intervenciòn de los EUUU y La Revoluciòn Rusa

Debía, sin embargo, luchar contra muchas dificultades, en primer lugar el progresivo agotamiento de las reservas huma­nas. El esfuerzo sostenido en rodos los frentes empezó a notar­se, siendo cada vez más dificil encontrar los 60.000 hombres por mes necesarios para compensar las bajas y proceder a las sustituciones cuando los frentes estaban relativamente cal­mados, y los 200.000 indispensables para las grandes bata­llas. En segundo lugar, la industria bélica no podía perma­necer sin la mano de obra necesaria y, finalmente, debía afrontar la insuficiencia de los recursos alimenticios y la fal­ta de algunas materias primas, como cl algodón. Hasta prin­cipios dc 1916, Alemania había podido remediar parcial­mente estas carencias aumentando las importaciones de los países neurrales, triplicadas en 1915 con respecto a 1913:

compraba pescado a Noruega, carne a Dinamarca y a Sue­cia, que les vendía también hierro, algodón y té inglés; a tra­vés de Suiza pasaba la seda italiana. A pesar de estas ayudas, Alemania había tenido que introducir el racionamienro de las patatas y el pan. En el Imperio austro-húngaro la situa­ción era incluso más grave por lo que se refiere a los países austríacos, porque Hungría, que tenía recursos alimenticios
en exceso, se negaba a compartirlos, concediendo sól tados suministros de mercancías. El bloqueo matitnr clamado por los ingleses no había creado hasta aquel m ro una situación límite, pero si sus redes se hubiesen estre toda la economía alemana se hubiera tambaleado, com dió en 1916.

Para las potencias de la Entente, la situación eta inve guerra de desgaste no causaba problemas humanos. 5 cia y Alemania habían puesto en la lucha gran parte reservas, Gran Bretaña, Italia y, particularmente, Rus han lejos de haberlas agotado. Las 35 divisiones bri que operaban a finales de 1915 estaban formadas por ranos; en la primavera de 1916, podía doblarse sun gracias a la introducción del servicio militar oblig Dutante 1916, Italia pudo organizar 13 nuevas divi Rusia no sólo logró cubrir las pérdidas sufridas en sino que aumentó los efectivos en un millón de ho Las potencias de la Entente, además, no tenían pro insuperables con relación al material bélico, a excepc Rusia. La industria británica y la francesa podían haci te a sus necesidades; contaban además con la enotm va de la industria americana. Por el momento, Gran ña y Francia tenían medios financieros suficientes par las adquisiciones indispensables en cl mercado de 1 Unidos. Sólo en la primavera de 1916 se adoptaron las primeras medidas para frenar el aumenro de los precios y la inflación. La Entente no había acusado aún el contrablo­queo alemán en la ruras del Atlántico y no era prisionera, como la coalición de los Imperios centrales, del continente europeo. Tampoco tenían problemas serios con los sumi­nistros alimenticios. Italia se encontró desde un principio en la necesidad de obtener préstamos para pagar las impor­taciones de víveres y materias primas. Los 50 millones de libras esterlinas concedidas por el Gobierno británico al entrar en guerra se habían gastado rápidamente. Pero aun en medio de las dificultades, las perspectivas eran bastante satisfactorias.

El punto débil de la Entente lo constituía Rusia, separada materialmente de sus aliados y con una industria bélica que no estaba a la altura de las exigencias de una guerra larga. Los puertos accesibles a los suministros anglo-franceses eran los de Arjánguelsk, cerrado por las heladas durante más de seis meses al año, y Múrmansk, dotado de una línea ferro­viaria insuficiente. Para la campaña de 1916, el ejército con­taba con menos de la mitad de las armas consideradas indis­pensables; el Gobierno zarista trató incluso de adquirir fusiles y municiones en Italia, contentándose con los modelos que el ejército italiano ya no utilizaba. Pero la principal debili­dad de la máquina bélica de Rusia era el deterioro progre­sivo del sistema ferroviario, que provocaba una parálisis cre­ciente en la economía del país; el campo era cada vez mas incapaz de proveer a las ciudades, creando incomodidades y tensiones en las poblaciones urbanas, sobre todo entre los obreros de las fábricas que trabajaban para la guerra.

La situación general de la Entente era en conjunto mejor, sobre todo mirando al futuro, que la de los Imperios cen­trales; sin embargo, quedaban serios motivos de incerti­dumbre sobre el resultado final del conflicto: las posiciones de fuerza adquiridas por Alemania en los diversos frentes (sólo Italia combatía fuera de sus límites), la innegable efi­cacia del ejército alemán y la debilidad de Rusia. Aunque era discutible la opinión del ministro de Asuntos Exterio­res italiano, Sonnino, según el cual la Entente ganaría la guerra en el frente oriental, la contribución rusa a la estruc­tura general del conflicto seguía siendo esencial; sin el fren­te ruso, Alemania y Austria-Hungría no hubieran tenido necesidad de dividir sus fuerzas. Nadie podía decir si el fren­te occidental y el italiano resistirían el asalto de las fuerzas adversarias reunidas. Precisamente por ello, la diplomacia alemana había tratado de inducir a Rusia a una paz por sepa­rado el año anterior; no faltaban personajes germanófilos en la corte rusa.


Las batallas de Verdún y de los Altiplanos

Las grandes ofensivas desencadenadas por los beligerantes durante el año, según la estrategia de desgastar al adversario, fueron cinco. Empezaron los alemanes en el frente occiden­tal y, a continuación, los austríacos en el frente italiano; a ambas respondieron los anglo-franceses, los rusos y los ita­lianos. Fueron operaciones de excepcional duración: 6 meses la alemana, 5 la anglo-francesa, 3 la ofensiva italiana y algo menos la rusa. Su costo fue desmesurado: grandes bajas entre los combatientes (más de 1 millón de muertos) y enorme empleo y destrucción de medios, prácticamente sin ningún resultado.


La Entente había tratado, desde diciembre de 1915 (confe­rencia intetaliada de Chantilly), de formular una estrategia común en base al principio de simultaneidad de las opera­ciones en los tres frentes principales de la guerra. Pero no se llegó a fijar el momento de su ejecución, ya que la coopera­ción entre los aliados encontraba notables dificultades y exi­gía un coordinador supremo, que nadie estaba dispuesto a aceptar. La celosa autonomía de los ejércitos nacionales no podía limitarse, pues era la salvaguardia de la soberanía de los Estados individuales. Esto no ocurría sólo dentro de la coalición de la Entente. Tampoco el jefe del Estado Mayor austríaco, Conrad von Hótzendorf, quiso nunca ceder ante Von Falkenhayn, aun consciente de la progresiva depen­dencia del ejército austro-húngaro de los suministros de mate­rial bélico alemán y de la colaboración vital de los ejércitos germánicos, como ya se demostrara en la campaña de Ser­bia. Sólo en febrero de 1916, Joffre y Douglas Haig, el nue­vo comandante de las fuerzas británicas en Francia, deci­dieron preparar un ataque conjunto para principios de julio, simultáneamente a una prevista ofensiva rusa en el frente oriental.

El 21 de febrero, sin embargo, el ejército alemán iniciaba en el sector de Verdún la primera gran batalla, con un frente de ataque limitado, pero importante a juicio de Von Falken­hayo, en la lógica de la guerra de desgaste. Verdún era Un saliente que los franceses defenderían a toda costa, no tanto por la importancia militar como por su valor moral. Atra­yendo a la batalla el mayor número posible de unidades fran­
cesas, Von Falkenhayn pensaba infligirles grandes pérdú gracias a una excepcional concentración de artillería, s ciente para ponerles fuera de combate. En los primeros de la ofensiva el éxito pareció sonreír a las tropas alemas pero la situación cambió tras el nombramiento del gen Philippe Pétain como comandante del frente de Verdún de febrero).

A principios de marzo la ofensiva alemana pasó por breve pausa, para reanudarse después encarnizadamer Pétain, y luego el general Robert Nivelle, que le sustiti cuando el primero fue nombrado comandante del grt de ejércitos del centro (1 de mayo), rechazaron los ataq con desesperada energía. Joffre, que había comprendid objetivo de Von Falkenhayn, no cometió el error de a mular fuerzas en el escenario de la lucha; los defensores Verdún no podían contar con el envío de nuevos refu zos. La batalla siguió incierta en abril y mayo; en junio, alemanes parecían estar a punto de quebrar las últir defensas francesas. Pero precisamente entonces aquél tuvieron que desistir del ataque final, ya que se anuncm:

la ofensiva anglo-francesa en el Somme. Los ataques manes contra Verdún continuaron, sin embargo, ha diciembre; el 24 de octubre ms franceses reconquistaro fuerte de Douaumont, y poco después los alemanes ab; donaban el de Vaux.

Mientras tanto, el 15 de mayo, los austro-húngaros lan ron en el frente italiano la primera ofensiva desde e1 coms zo de la guerra. lista se desarrolló en el sector del Trentm con el fin de alcanzar la llanura del Po a través de los a de Folgania, Lavarone y Asiago (ofensiva de los Altiplan Si hubiera tenido éxito, las consecuencias hubiesen catastróficas: la totalidad del ejército italiano, desde el Isonzo hasta el mar, habría sido cercado. La operacso había ideado Conrad, tras las victorias conseguidas e frente tuso. Von Falkenhayn no la había aprobado, ya prefería poder contar con la artillería pesada austníac la ofensiva contra Verdún. El desacuerdo llevó a la tu ra de las relaciones personales entre los dos comanda Conrad concentró dos ejércitos al mando del archid Eugenio en lo que llamó Strafexpedition (expedición d tigo) contra los italianos que habían traicionado la ah Con gran concentración de artillería, la ofensiva, pr para el 10 de abril, se retrasó un mes a causa de la niev sistente en las montañas. Durante dos semanas la bat desarrolló favorablemente para los austro-húngaros; las zas italianas, sorprendidas en parte por el ataque, f rechazadas hasta casi el límite meridional de los Altipl A primeros de junio cambió la situación; la resistenci oponían las unidades italianas empezaba a agotar a las zas adversarias. El frente se había torcido, pero no se había roto. La operación podía considerarse ya terminada con la victoria italiana, incluso antes de que el comienzo de una ofensiva rusa en el frente oriental imposibilitase a Conrad continuar alimentando la batalla. El 17 de junio los aus­tro-húngaros se replegaron a una línea de defensa que les permitía conservar una parte de las ganancias territoriales conseguidas inicialmente. El balance de la ofensiva fue cos­toso para ambos contendientes: los italianos perdieron unos 140.000 hombres entre muertos, heridos y prisioneros, con­tra los 80.000 de los austro-húngaros.


La batalla de Jutlandia

A finales de junio, la iniciativa de los Imperios centrales podía darse por terminada. Tampoco tuvo éxito su pro­yecto de infligir un golpe decisivo a la flota inglesa de alta mar, madurado a principios de año, al asumir el mando de la flota alemana el almirante Reinhard Scheer. La flota ale­mana había perdido su gran ocasión a principios de la gue­rra, cuando todavía no habían entrado en servicio los nue­vos buques de guerra británicos, entonces en construcción. A partir de 1915, la flota inglesa fue netamente superior a la alemana, pero siempre había rechazado un choque abier­to temiendo sufrir pérdidas que hubiera sido difícil com­pensar.

La necesidad de romper el bloqueo marítimo se hacia cada día más apremiante para Alemania. La Entente empezó a reaccionar ante el aumento de las exportaciones de los países no implicados hacia los Imperios centrales, aunque sin recurrir a medidas extremas por temor a inducir a algu­no de ellos a abandonar la neutralidad, que le favorecía sustituyó


Gran Bretaña. Una conferencia interaliada, celebrada en Londres a finales de mayo, puso las bases para la creación de un comité, posteriormente decisivo en la planificación y coordinación de los ataques contra los Imperios cen­trales.

La batalla naval de Jutlandia (31 de mayo de 1916), libra­da después de la maniobra realizada por Scheer para atraer a los buques de guerra del almirante David Beatty, que pre­cedían al grueso de la flota británica, fue un éxito. Sin embargo, el objetivo no se alcanzó por completo, ya que la flota inglesa no quiso enfrentatse a la adversaria; las pérdi­das inglesas fueron mayores que las germanas, pero la vic­toria tesultó, en definitiva, bastante limitada. El resultado de la batalla indujo a Scheet, a su vez, a no arriesgar más su flora. Çiserermauecmo casi inactiva hasta el término de
Las tres ofensivas de la Entente
la guerra. Ello equivalía a reconocer la supremacía b. ca en el mar, con consecuencias claras en el plano e gíco general.




En la segunda mitad dc 1916 frme la Entente la que tt iniciativa. Los cuatro ejércitos del general Brusílov cmonaron el 4 dc junio entre los pantanos de Prípi; frontera rumana, en la zona ocupada por los austet gatos, absorbidos entonces en la batalla de los Altipla el frente italiano. Concebida como una maniobra de rammento, la ofensiva se transformó inesperadamentei operación de desgaste. A principios de julio los austr gatos se habían retirado en una profundidad de 10 abandonando la Bucovina; un mes después, las vangu de Btusílov alcanzaban los pasos de los Cárpatos. Pem cisamente entonces los rusos se vieron obligados a de se. Hacia la mitad de agosto, la ofensiva podía darsepminada, en el mismo momento en que Rumania se prepa­raba para intervenir contra los Imperios centrales. La falta de artillería, la inferioridad aérea y el alejamiento de la reta­guardia impidieron a Brusílov aprovechar completamente la victoria, que sería la última del ejército zarista. Las pér­didas austro-húngaras fueron enormes: sólo los prisioneros capturados por los rusos sumaron más de 350.000, aunque pertenecían, en gran parte, a las nacionalidades eslavas del Imperio, y habían abandonado las armas confiándose a los rusos.

Mientras la ofensiva rusa estaba en pleno desarrollo, empe­zó la anglo-francesa en el sector del Somme, en el frente occi­dental (1 de julio). Con los mismos criterios operativos de Von Falkenhayn, la batalla se desencadenó en un frente res­tringido, ulteriormente reducido respecto a los planes ini­ciales de Joffre y de Haig a causa de las bajas sufridas por los franceses en la defensa de Verdún. Se concentró una gran cantidad de artillería, y se le asignó la misión de ~conquis­tar» el terreno, según los principios de la guerra de desgas­te. Durante una semana, millares de bocas de fuego some­tieron las posiciones adversarias a un bombardeo sin tregua. La infantería avanzaba sólo cuando era de esperar que pudie­ra ocupar el terreno sin sufrir demasiadas bajas. La ofensiva del Somme, sin embargo, fue todavía más inútil que la ofen­siva alemana contra Verdún. El enemigo no cedió y el fren­te no llegó a romperse; tras repetidos ataques, la operación se suspendió el 13 de noviembre, con ridículas ganancias territoriales (unos 10 kilómetros). Las bajas fueron enormes en ambas partes: 400.000 ingleses, 300.000 franceses y 500.000 alemanes, incluyendo en estas cifras a los heridos y prisioneros.

La tercera ofensiva de la Entente, sincronizada con las otras dos, se desarrolló en el frente italiano y dio comienzo el 6 de agosto, a lo largo del Isonzo; dos días después, se cru­zaba el río en las cercanías de Gorizia, que fue ocupada. Fue un éxito notable, pero sin continuación; en las cum­bres, al abrigo de la orilla izquierda del Isonzo, los aus­tro-húngaros resistieron denodadamente. El 17 de agosto se suspendieron las operaciones, reanudándose casi un mes después, el 14 de septiembre, con escasos resultados. Sucesivamente reemprendidos y suspendidos en varias ocasiones, aquellos ataques sangrientos no dieron resulta­dos positivos para ninguna de ambas partes contendien­tes. En conjunto, se confirmaba la esterilidad de la estra­tegia fundada en la guerra de desgaste. En el otoño de 1916 los tres frentes principales estaban completamente parali­zados.

Intervención y destrucción de Rumani

Una excepción la constituyó la campaña de Rumani Gobierno de Bucarest, presidido por Ion Bratianu, dudado largo tiempo antes de intervenir; las derrotas das por los rusos en el verano-otoño de 1915 le había saconsejado correr el riesgo de una reacción austro-ale. sin poder contar con el apoyo del ejército zarista. Pc inesperadas victorias de Brusílov en junio-julio de 19 dieron el coraje suficiente para

Como Italia, también Rumania quiso acordar con las poten­cias de la Entente los territorios, reclamados en nombre del principio de la nacionalidad, que adquiriría una vez alcan­zada la victoria común. Rumania obtuvo el derecho de ane­xionarse Transilvania, la Bucovina y Banato a expensas del Imperio austro-húngaro. El 17 de agosto se firmó el tratado de alianza, con el compromiso rumano de entrar en guerra antes de diez días.

Pero el momento más favorable para la intervención ya había pasado. Pocos días antes Brusílov se había visto obligado a detenerse, el ataque italiano podía considerarse bloqueado por los austro-alemanes y la maniobra franco-inglesa en el Somme había languidecido. Los búlgaros atacaron por Dobrud­ja y como los rusos se negaban a enviar ayuda, los rumanos tuvieron que suspender la ofensiva en Transilvania para dete­ner a los adversarios que amenazaban con sorprenderles por la espalda. Entretanto, dos ejércitos austro-alemanes, consti­tuidos por unidades procedentes del frente ruso y del italia­no, se preparaban para expulsar a los rumanos de Transilva­nia; alcanzado este objetivo en octubre, comenzo tras una pausa breve el ataque concéntrico contra Rumania: los búl­garos atravesaron el Danubio, los austro-alemanes descen­dieron de los Cárpatos y el 6 de diciembre caía Bucarest; en enero del año siguiente los austro-alemanes alcanzaban el río Siret, al norte, y se detenían. Rumania había sido liquidada. El artífice de la victoria fue Von Falkenhayn, sustituido en agosto en el Alto Mando alemán por Von Hindenburg con Ludendorff como jefe del Estado Mayor; había sido la pri­mera víctima del callejón sin salida que la guerra había toma­do en 1916. También Joffre pagó el fracaso de la ofensiva del Somme y fue sustituido por Nivelle, el brillante defensor de Verdún. Sólo Cadorna permaneció a la cabeza del ejército italiano.


Planes para el futuro

Mientras grandes masas de combatientes se destruían entre sí en una prueba de fuerza que prolongándose de estación en estación, de año en año, perdía cada vez más el sentido de los intereses y de las emociones que la habían gestado, la diplomacia trabajaba mirando al futuro. Mas no para sen­tar las bases de una sociedad internacional distinta, que hiciese imposible, por su naturaleza y estructura, la repeti­ción de una crisis catastrófica como la de 1914, sino para sacar el mayor provecho de la guerra, en términos de expan­sión imperial y colonial, proyectando, más allá de aquella meta, las ambiciones, los esquemas operativos y las ideolo­gías del pasado reciente. La diplomacia europea, sin dife­rencias sustanciales entre las dos coaliciones contrapuestas, continuó entendiendo el conflicto en curso como instru­mento y ocasión para dar pleno desahogo a la política de imposición y en ese sentido trató de precisar los objetivos bélicos.

Entre Alemania y Austria-Hungría el acuerdo sobre los obje­tivos resultó difícil y lleno de ambigüedades. En Viena, el ministro de Asuntos Exteriores, Stephan Burian, y la corte formularon un plan que preveía la absorción de Serbia y Montenegro en el ámbito de la monarquía de los Habsbur­go, además de un protectorado sobre Albania y »mejoras estratégicas a expensas de Italia y de Rumania>’. El progra­ma alemán estipulaba la creación de una frontera estratégi­ca contra Rusia y Francia: al Norte, la anexión de Curlan­dia y de Lituania y el control de un reino de Polonia a constituir con los restos dc la Polonia perteneciente a Rusia; al sur, rec­tificaciones territoriales en Alsacia-Lorena, la anexión de las cuencas mineras dc Longwy y de Btiey, la unión economi­ca con Bélgica y la anexión de Luxemburgo. En el proyecto se advertía el eco del libro del pastor protestante Friedrich Naumann (1860-19 19), Alitteleuropa, publicado con gran éxito a finales de 1915: en él se delineaba una Europa cen­tral en guardia contra cualquier adversario y pilar a la vez dc una Europa continental dominada por Alemania. Estas impli­caciones de dominio continental crearon perplejidad y resis­tencia en la diplomacia austríaca, que deseaba resolver por sí sola la cuestión polaca. En 1916 no se llegó a un acuerdo formal y definitivo, aunque parecía cada vez más clara la dependencia virtual de Austria-Hungría respecto de la alia­da más potente, por su inferioridad militar, económica e sndusttial. En cuanto a los otros aliados dc los Imperios cen­trales, para Bulgaria cl objetivo de la guerra se resumía en la conservación de las regiones conquistadas, Dobrudja y Mace­donia, mientras que el Imperio otomano se conformaba con su supervivencia.
Antes de su intervención, Italia y Rumania negociarui objetivos de guerra de la Entcnte. Rumania quedó nada tras su derrota iumcdiata, mientras que el probl seguía abierto para Italia, pues algunas cláusulas del p de Londres se referían a problemas dc interés coleetin regular según las circunstancias en acuerdos postctiores realidad, las tres potencias de la Ententc habían teso entre ellas, la víspera dc la firma del pacto dc Londre cuestión de la compatibilidad recíproca de sus objeti Rusia había pedido a Gran Bretaña y a Francia que tea cictan su derecho a ancxiouarse Constantinopla y los E chos; éstas habían consentido pretendiendo, a cambio, Gran Bretaña, la absorción de la »zona neutral” en Pc modificando los anteriores acuerdos anglo-rusos, y adquisiciones en Oriente Medio, y pata Francia, veni ineoncrctas “en Oriente y en otros lugares». Italia no informada porque todavía no sc había aliado. Entre e1 otoño de 1915 y la primavera de 1916, británi franceses y rusos concluyeron nuevos acuerdos relativos división de la herencia del Imperio otomano en Asia, a ex ción de Anatolia. Mesopotamia y parte dcl territorio a situado más allá del Jordán serian para Gran Bretaña; y Líbano para Francia y la Armenia turca y cl Kurdistán Rusia. Se proponía, además, una administración inte cional en Palestina. Estos acuerdos secretos, junto cotanteriores relativos a Constantinopla y a los Estrechos, per­mitían el codiciado acceso ruso al Mediterráneo y daban a los anglo-franceses la posibilidad de equilibrar esta cláusula con el refuerzo de sus posiciones en ci Mediterráneo orien­tal. Gran Bretaña, en particular, se aseguraba la defensa estra­tégica del canal de Suez, mientras que Francia podía exten­derse en su área de interés tradicional.

Italia fue marginada de estos acuerdos que alteraban pro­fundamente el equilibrio de fuerzas en el Mediterráneo orien­tal, al que se refería expresamente el artículo 9 del pacto de Londres. Cuando Roma, por vías secretas, tuvo conocimiento de ello, reclamó su parte. Se le respondió que no era posible mientras no declarase también la guerra a Alemania como se había convenido. Cuando esto ocurrió (27 de agosto de 1916), los aliados comunicaron a Roma los acuerdos secre­tosy el Gobierno italiano exigió una zona de influencia den­tro del Imperio otomano, además de la prevista en el pacto de Londres, situada en el puerto y la región inmediata de Esmirna.

Entre 1915 y 1916 la diplomacia de la Entente había empren­dido así la reforma radical del sistema político europeo pre­existente, sin tener en cuenta a sus adversarios, y no sólo por lo que se refería a la división de la herencia otomana: aña­diendo al pacto de Londres los compromisos contraídos con Rumania, el Imperio austríaco resultaba drásticamente redu­cido, hasta el punto de dudarse que las tendencias indepen­dentistas de las nacionalidades que lo componían pudiesen seguir siendo dominadas. Se perfilaba para Austria-Hungría un destino análogo al del Imperio otomano, mucho más cuando el 21 de noviembre de 1916 murió Francisco José y le sucedió Carlos (1916-1918), un joven príncipe inexper­to y casi desconocido.


La propuesta de paz

Sin embargo, a finales de 1916 no parecía que la guerra fue­ra a ganarla la Entente; el curso de las hostilidades alentaba a Alemania a mantener su posición de ventaja, si no para ganar la partida al menos para negociar la paz en una posi­ción más favorable que sus adversarios. El 12 de diciembre, seis días después de la ocupación de Bucarest, el Gobierno alemán y sus aliados ofrecieron la paz. La nota dirigida a la coalición adversaria decía que, si ésta aceptaba entablar nego­ciaciones de paz, los Imperios centrales harían propuestas tales que permitieran, además del derecho a la existencia, al honor y al libre desarrollo de sus pueblos, la base de una paz duradera. Era significativa la omisión de la garantía de inte­gridad territorial. Los Imperios centrales no estaban dis­puestos a volver a la situación prebélica ni tampoco parecían
decididos a ofrecer una paz ~blanca~, sin vencedores ni vencidos.

La respuesta de la Entente fue inmediata. Sonnino, en pri­mer lugar, hizo saber que no estaba dispuesto a abrir nego­ciaciones sin saber de qué se discutiría. El francés Briand interpretó el paso dado por los Imperios centrales como una confesión de su debilidad, y, por tanto, como un engaño. Lloyd George, en Gran Bretaña, lo definió como un nudo corredizo que se intentaba poner en la garganta de la Enten­te. La iniciativa parecía frustrada cuando intervino el presi­dente americano Wilson. El 20 de diciembre pidió a los beli­gerantes que definieran sus posiciones, que quizá no eran inconciliables. La Entente consideró con recelo la intromi­sión americana, como si se realizase en apoyo de la diplo­macia alemana. Pero el 26 de diciembre Alemania respon­dió evasivamente a Estados Unidos ye1 31 la Entente rechazó rotundamente la propuesta alemana. Hasta el 10 de enero de 1917 la Entente no respondió a la petición de Wilson enumerando sus objetivos de guerra, y transparentando, sin revelarlos, los acuerdos secretos: abandono de Bélgica, de Serbia y Montenegro ocupados, y respeto del principio de las nacionalidades, lo que implicaba la restitución de Alsa­cia-Lorena a Francia, la liberación de los italianos, de los esla­vos meridionales, dc los rumanos y de los checoslovacos del dominio extranjero y la autonomía dc las poblaciones no turcas del Imperio otomano. La Entente manifestaba así su intención de continuarla guerra. Alemania no estaba menos decidida: el día antes de la respuesta de la Entente a Wilson, en el cuartel general reunido en Pless, el Gobierno alemán decidía reanudar la guerra submarina, suspendida dos veces entre 1915 y 1916 por miedo a provocar la intervención de Estados Unidos, considerada como un importante factor de la guerra diplomatica.


La caída del régimen zarista

Había otro elemento favorable a los Imperios centrales: la situación interna de Rusia, donde ya desde el otoño de 1915
A. Kerenski, mnlstro ruso de Guerra y Marina en mayo-julio de 1937, pasa revista a varias divisiones en el frente
occidental. Enjulio ce! mismo año pasó a ser jefe ce! Gobierno provisional. De «L’ll!ustrazione ltal~ana ».
la crisis política era grave. Renovada la duma (asamblea legis lativa), la oposición liberal denunció enérgicamente el absen rismo del zar Nicolás II y la corrupción e intrigas de la cor te, seducida por la influencia del monje Grcgori Rasputin El 2 de febrero de 1916 Boris Stürmer, un reaccionario su ideas, sucedió en la jefatura del Gobierno a Iván Goremi km. La política exterior rusa había permanecido en mano, de Scrguei Sazónov, quien garantizaba la fidelidad a la cnt sa de la Entente; Stürmcr, sin embargo, era germanófilo y por tanto, inclinado a escuchar las ofertas de paz separada que se filtraban secretamente desde Berlín. En noviembres~ fotmó un nuevo Gobierno: Aleksander Trépov asumió la presidencia del Consejo y Sazónov fue sustituido por Niko­lai Prokovski. Eta la consecuencia de las derrotas militares de la creciente crisis económica. Pero Trépov no era meo reaccionario que Stürmer y no dudó en declarar a la tiu que continuaría la política de su antecesor; entonces di comienzo la crisis del régimen.

Los progresistas de la oposición liberal reivindicaron el des cho dc la duma a formar el Gobierno y los socialistas jo taron a la desobediencia civil. El 16 de diciembre, Rasput fue asesinado por el príncipe Feliks Yusúpov, con la comp cidad del gran duque Demetrio; la derecha se unía a la izqui da en la convicción de que el recurso a la fuerza era inevi ble para poner fin a la “desidia del poder». Nicolás II respon suspendiendo la duma durante un mes y sustituyó a Tré por el príncipe Nikolai Dmitrievich Galitsin; conservé, embargo, al ministro de Asuntos Exteriores, Aleksandr P topópov, partidario de la política represiva. Fue una decisi arriesgada, que aumentó las preocupaciones de los alia de Rusia sobre el futuro del país y sobre sus posibilidades contribuir a la guerra. Protopópov no se dio cuenta de situación y creyó que el empleo de la policía sería sufici te para mantener al país bajo control.

El 8 de marzo de 1917, cuando decenas de millares de ob ros abandonaron el trabajo en Petrogrado en señal dep testa por la falta de pan, había comenzado la revolución. movimiento se extendió en pocos días y la noche dell Gobierno fue obligado a presentar la dimisión. El 15,

>‘comité ejecutivo» de la duma y ci soviet (Consejo) de obreros y de los soldados de Petrogrado daban vida a Gobierno provisional bajo la presidencia del príncipe G gi Lvov, con Pabel Miliukov en el ministerio de Asu Exteriores, ambos liberales, y el socialista Aleksandr Ke ki en el de Justicia. El zar se encontraba en Moguiliov e Cuartel General del Ejército. Sólo tenía dos alternativas:conquistar la capital con el apoyo del ejército y restable autoridad, o la abdicación. Su suerte estaba en manosd militares; los generales interpelados respondieron acojando la abdicación, para evitar la guerra civil y continuar haciendo frente a los ejércitos de los Imperios centrales. La noche del 15 de marzo Nicolás II abdicó en favor de su hermano, el gran duque Miguel, al estar su hijo demasiado enfermo para asumir la responsabilidad de la jefatura del Estado. Pero también el gran duque renunció, al constatar que no podía contar con las fuerzas políticas representadas por el Gobierno provisional. El 17 de marzo, la monarquía de los Romanov dejaba de existir y nacía la república rusa. Miliukov se apresuré a declarar a las potencias aliadas que el nuevo Gobierno permanecería fiel a los compromisos asu­midos, sobre todo al de continuar la guerra sin concluir armis­ticios ni paces separadas; prometió la autonomía a los fin­landeses y la independencia a los polacos con la única condición de una alianza militar libremente negociada entre rusos y polacos.

Muy distinta fue, sin embargo, la postura del soviet de la capital: en abierta competencia con el Gobierno, reclamó la apertura inmediata de negociaciones de paz, en base a la renuncta recíproca de anexiones e indemnizaciones de gue­
rra. Se delineaba una profunda grieta entre las clases bur­guesas que tendían a identificarse en una república de ins­piración liberal y demócrata, y las fuerzas obreras, mientras quedaban casi completamente ausentes las masas rurales, que en la caída del zarismo veían sólo la ocasión para apoderar-se de las tierras. Precisamente esta perspectiva actuó como irresistible elemento disgregador en el Ejército, acelerando la crisis del país: los soldados, casi todos campesinos, empe­zaron a pensar en el regreso a sus hogares y en la participa­ción en el botín. A principios de la primavera de 1917, la Entente había perdido prácticamente el apoyo de Rusia, aun­que Londres, París y Roma alimentaban aún alguna ilusión. El nacimiento de la república fue acogido en Occidente con simpatía y confianza; la nueva situación borraba el malestar que los regímenes parlamentarios de los países dc la Enten­te experimentaban al tener que hacer causa común, en la guerra, con el régimen más retrógrado dc Europa.


La intervención americana

Si la Revolución rusa podía considerarse un punto a favor de los Imperios centrales, con efectos inmediatos, la inter­vención de Estados Unidos en la guerra al lado dc la Enten­te hizo sentir su peso a más largo plazo, pero con resultados decisivos. Reelegido presidente en 1916, Wilson continua­ba creyendo en la necesidad de mantener al país fuera dcl conflicto, porque la opinión pública, sobre todo en los esta­dos del centro y del sur, era contraria a salir de la neutrali­dad, de acuerdo con la tradición americana más arraigada. Además, estaba convencido dc que, permaneciendo al mar­gen, Estados Unidos podrían presentarse al balance de cuen­tas final entre los beligerantes como árbitros y partidarios de una nueva y más justa organización de la sociedad interna­cional.

No obstante, a finales de 1916 las convicciones de Wilson empezaron a vacilar. El resultado de la campaña diplomáti­ca para aclarar y confrontar los objetivos de la guerra le había desilusionado: ninguno de los beligerantes parecía dispues­to a aceptar la propuesta americana de concluir el conflicto a través de una negociación. Posteriormente, cl 31 dc enero de 1917, llegó la noticia dcl bloqueo alemán a las costas de Gran Bretaña y Francia, primera medida dc la guerra sub­marina a ultranza. Las naves que atravesaran las zonas some­tidas a bloqueo lo harían por su cuenta y riesgo, salvo las de bandera americana, que debían seguir sólo las rutas preesta­blecidas y no transportar mercancías y materias primas con­sideradas como contrabando por Alemania. Sc cancelaba así el acuerdo firmado con Estados Unidos en mayo del año anterior.

La reacción de Wilson fue inmediata: ci 3 dc febrero decla­ró que Estados Unidos, para salvaguardar su dignidad y sil honor, no podían sino romper sus relaciones con Alemania. Pero esperaba todavía poder evitar la guerra. El 15 dc febre­ro el embajador alemán Johann von Bernstorff abandonó Washington sin que hasta entonces se hubiera llegado a lo irreparable o atacado naves americanas. Mientras tanto, la opinión pública empezaba a acostumbrarse a la idea de la guerra; las consecuencias económicas dcl bloqueo se dejaron sentir rápidamente. A ello vino a sumarse (1 dc marzo) la revelación de las instrucciones enviadas desde Berlín al emba­jador alemán en México para que ofreciese al Gobierno mexi­cano del general Venustiano Carranza apoyo financiero en caso de entrar en guerra con Estados Unidos, asegurándole el respaldo de Alemania para la reconquista dc los territorios perdidos en 1848 (Texas, Nuevo México y Arizona).

La gravedad de estas instrucciones era evidente, sobre todo porque se habían enviado a Ciudad de México cl 16 de ene­ro, cuando aún no se había notificado el bloqueo marítimo
y las relaciones con Estados Unidos cran correctas. Se trat:

ha de una iniciativa poco hábil bajo todos los aspectos, tcnier do en cuenta que Estados Unidos y México pasaban por un desavenencia ciertamente difícil, pero en ningún caso tant como para inducir a México a correr el riesgo dc una guerr con la gran potencia vecina. Enjulio dc 1916 entraron e. territorio mexicano tropas americanas en persecución de bao das rebeldes al Gobierno dc Carranza que habían provoca do incidentes fronterizos, y parecían no estar dispuestas abandonar la zona ocupada, suscitando de este modo las pro testas dc Ciudad de México.

El eco de la revelación fue enorme: Alemania pensaba en 1 posibilidad de comprometer la propia integridad dc Estado Unidos, como si fuese un país enemigo. Ello permitió a Wil son solicitar del Congreso la aprobación de la propuesta po la que se pasaba dc la neutralidad a la neutralidad armada frente a la obstrucción del Senado, se permitió que los buque mercantes americanos fueran armados de cañones para defen. derse de los submarinos alemanes (12 de marzo). Ese mis mo día, los U-Boato germánicos atacaron un barco america­no. El 20 de marzo Wilson decidió convocar al Congreso er sesión extraordinaria; cl 2 dc abril, cl Senado aprobó po: mayoría absoluta (82 contra 6) la declaración de guerra: Alemania, y lo mismo hizo la Cámara de Representante (396 contra 50).

Aunque hasta pasado un año, en la primavera de 1918, w asumió la forma dc una participación directa en las opera cioncs bélicas dc Europa, la intervención americana supes un cambio importante en el balance de la guerra. No pod ser de otro modo; fue necesario un inmenso esfuerzo de or nización pata preparar casi desde la nada un ejército, trasl darlo a Europa y adiestrarlo para la lucha que sc hacía en continente. Decir que desde aquel momento la guerra as mió dimensiones mundiales no aclara el significado de intervención americana: el conflicto traspasaba los lími de Europa desde el principio, pero, con su participaci Estados Unidos se convirtió en ci factor condicionante las decisiones y los comportamientos dc las potencias u Entente, aun cuando nunca se identificaran con éstas. hington no suscribió cl compromiso de no firmar arm cios ni paces separadas y nunca sc consideró «aliado> sólo «asociado», sin hacer suyos los acuerdos secretos cluidos por la Entente en 1915 y 1916.

Esta persistente fidelidad a la doctrina de Monroe per a Estados Unidos imponer contenidos y objetivos nue la guerra, que desde la primavera de 1917 asumió mo ciones ideológicas antes sustancialmente descuidadas o i pretadas por los beligerantes en función de sus interese todos modos, la Entonte obtenía la ventaja inmediata



cológica y política de la ampliación inesperada de la coali­ción en el momento de la crisis rusa y, no menos importan­te, lado poder contar con la ayuda financiera americana para superar las crecientes dificultades de pago de los suministros bélicos y de los avituallamientos. El Ministerio del Tesoro concedió en seguida préstamos a emplear en adquisiciones limitadas al mercado americano, contribuyendo así a con­dicionar en el futuro la libertad dc los beneficiarios.


Las operaciones de la
primavera-verano de 1917

Enel invierno de 1916-1917, la Entente había concertado una gran ofensiva franco-inglesa en el frente occidental, acom­pañada de la italiana en el Isonzo y de otra en el frente ruso. También hubieran debido participar los rumanos, simultá­neamente a un ataque de las fuerzas aliadas dispuestas en el frente franco-inglés; las otras operaciones debían sustraer a los Imperios centrales la ventaja estratégica de poder manio­brar por líneas interiores, impidiendo el traslado de tropas y materiales desde los diversos frentes en apoyo de la línea más débil.

Sin embargo, ya a finales de 1916 el proyecto resultaba difí­cil de poner en práctica, al menos por lo que se refería al frente oriental y al balcánico. Lloyd George, que había for­mado recientemente el nuevo Gobierno inglés sucediendo aA.squith (11 de diciembre), acusado de ser poco decidido y de frenar la participación total del país en el conflicto, no compartía demasiado el optimismo de sus generales. Hubie­ra preferido organizar una operación conjunta que, inician­do los movimientos desde el frente italiano, apuntase sobre Viena, para aislar a Austria de Alemania y amenazar a esta última por la espalda; pero no había encontrado apoyo ni siquiera entre los italianos. Por otra parte, Cadorna temía, considerada la imposibilidad de contar con una ofensiva rusa y rumana, una repetición del ataque austríaco en el Trenti­no o en el Carso, apoyado por las unidades alemanas sus­ceptibles de ser sustraídas del frente oriental.

Un ulterior y más grave golpe al plan ideado por Nivelle lo dieron los alemanes; entre finales de febrero y mitad de mar­zo retrasaron gradualmente sus líneas en el frente occiden­tal, eliminando el saliente que hubiera debido ser el objeti­vo de la campaña franco-inglesa. De esta manera el Estado Mayor germánico acortó cl frente, retrasó la ofensiva pre­vista, alterando todos los planes, e impuso la batalla en un terreno que las tropas alemanas, retiradas sin hostigamien­tos, habían devastado sistemáticamente. Alemania no tenía intención de proseguir la guerra de desgaste, que le había costado grandes sacrificios sin resultados apreciables, e mao-
guraba la estrategia de la espera, teniendo cuidado sólo de no dejarsc sorprender por el adversario. También cl plan de Nivelle se inspiraba en idéntica convicción dc la inutilidad dc la guerra de desgaste. Pero reanudar la guerra de movi­mientos era igualmente imposible, dada la existencia de pro­fundas franjas fortificadas a ambos lados de la línea de fue­go, que se extendían sin solución de continuidad de un extremo a otro de lo que era cl frente occidental.

La nueva táctica militar adoptada por los franco-ingleses para salir de esta situación fue la de romper el dispositivo adversario, para abrirse una brecha a través de la cual tratar de reanudar la guerra de movimientos; la maniobra de replie­gue, inteligentemente ordenada por cl Estado Mayor ale­mán, hacía problemática la ruptura del dispositivo militar germano. Los ingleses empezaban a dudar del éxito del plan

Sin embargo, Nivelle, contra la opinión de Pétain, logró hacer prevalecer su convicción de que el futuro, después de la Revolución rusa, no era favorable para la Entonte y de que era necesario, por tanto, adelantarse a los alemanes en tomar la iniciativa. El 9 de abril, entre Atrás y Lens, los ingleses ini­ciaron la ofensiva; el 12, los franceses realizaron una opera­ción dc sondeo en dirección a San Quintín y el 16, con 30 divisiones, trataron de desbaratar las defensas alemanas entre el Oise y Reims. Fue un fracaso completo: no se abrió nin­guna brecha en las líneas adversarias. Las operaciones siguien­tes constituyeron esencialmente un retorno, aunque limita­do, a la guerra de desgaste, de la que fueron protagonistas, sobre todo, los ingleses. Estos actuaron en el sector de Flan­des, con el objetivo de destruir las bases de los submarinos alemanes de Ostende y Zcebrugge. Fue una gran ofensiva que duró del 7 de junio al 6 de noviembre, en un terreno que dio mínimas ganancias y muchas bajas: más de 400.000 ingleses frente a 250.000 alemanes. Los franceses pe entre abril y mayo cerca de 250.000 hombres. Nis sustituido por Pétain a mediados de mayo y Foch virtió en jefe del Estado Mayor general, pero no fr de cambiar la situación con las fuerzas de que dispo necesario esperar a los americanos.

Igual suerte tuvo la décima batalla del Isonzo (12 d 6 de junio). Las tropas italianas conquistaron las alt Kuk y del Vodice, obteniendo ventajas sólo locales seguida fueron anuladas por la contraofensiva ausi de junio). Fracasó el ataque del ejército 6 ene1 Alto go (batalla de Ortigara, 10-25 de junio) y ni siquie ga y sangrienta undécima batalla del Isonzo (18 a~ septiembre) llevó a la derrota del ejército adversario. lianos conquistaron el Alto de Bainsizza y el Mont pero no lograron superar el sistema defensivo austrí:

nueva batalla de aquellas dimensiones y de aquellas quizá hubiera podido romper la resistencia, pero e] italiano acusaba el terrible esfuerzo realizado. Por te, el equilibrio de las fuerzas contrapuestas quedó do en todos los frentes. La ofensiva preparada en Macedonia, por las fuerzas aliadas a las órdenes de Maurice Sartail se detuvo también en seguida. Sólo e te Medio los ingleses tuvieron éxito: cl 11 de mar:

ron en Bagdad, el 6 de noviembre lo hicieron en 9 de diciembre en Jerusalén. Sin embargo, éstas no tonas decisivas para la marcha del conflicto.

Por lo que respecta a los Imperios centrales, la gu marina, en la que se habían puesto tantas esperanzas traba incapaz, a su vez, de dar un triunfo definitivo na alemana, que había calculado poder hundir toneladas de buques de la Entonte por mes. En marzo esta cifra no se había alcanzado, pero en abri laje de las naves hundidas, incluidas las neutrales, una cifra de 874.000 toneladas. Gran Bretaña pat xmma a capitular, pero el mes de mayo marcó un btu ceso: 591.000 toneladas. En junio hubo un nuev ro (695.000), seguido dc un imparable descenso:

en julio, 506.000 en agosto, 351.000 en septiem por tanto, un fracaso, debido a las nuevas medi& toras de los convoyes que atravesaban el Atlántico do desgaste de la flota submarina alemana. Con 1 ción de los astilleros americanos, la construcción naves en sustitución de las perdidas aumentó a un lerado, haciendo cada vez menos sensible el daño por la guerra submarina, mientras que los países eran obligados, tras la intervención militar norteas a emplear sus barcos en favor de la Entente, pan privados del indispensable comercio con Estados


Iniciativas de paz

En este marco de batallas indecisas, de perspectivas incier­tas y, en cualquier caso, a largo plazo, de cansancio general y progresiva pérdida de las motivaciones y los objetivos de la guerra, tomaron forma, entre la primavera y el verano, proyectos de distinto origen para cerrar la tragedia del con­flicto. Estos tuvieron unos rasgos comunes: olvidaron que, a causado su duración, de sus vicisitudes y de su costo ya no era posible una solución negociada. Sólo cabía una victoria total o una rendición sin condiciones. Se trataba, pues, de iniciativas destinadas a caer en cl vacío, pero que revelaban, sin embargo, un malestar profundo. El primero en moverse fue Carlos de Habsburgo, preocupado por la suerte del Impe­rio, que en caso de victoria se convertiría en vasallo de Ale­mania y en caso de dcrrota corría el riesgo de disolverse. Actué como intermediario su cuñado Sixto de Borbón-Par­ma, enrolado en la Cruz Roja belga. Éste, junto con su her­mano Javier, se encontró en Viena, el 23 de marzo, con el emperador, quien le confié el encargo de presentar al presi­dente de la República francesa, Poincaré, su plan de paz: se restituiría la independencia a Bélgica y a Serbia y esta últi­ma tendría una salida al Adriático. Además, Austria-Hun­gría apoyaría el retorno dc Alsacia-Lorena a Francia. El Pro­yecto no se pronunciaba sobre la suerte de Trento y Trieste. Carlos de Habsburgo no pretendía con ello preparar una negociación de paz separada, abandonando a Alemania, sino, con ingenua presunción, someter a Francia y a Gran Bretaña a un plan general para la solución negociada de la guerra. Lloyd George y Poincaré creyeron que se trataba de una oferta dc paz separada y como tal la tomaron en serio, aun dándose cuenta de que suscitaba el problema de la adhe­sión de Italia. Lloyd George se hizo ilusiones a este respec­to: se atenderían las insistentes peticiones italianas de par­ticipar en la división de los restos dcl Imperio otomano, cambiando Trieste por Esmirna. En el encuentro entre Ribot, Lloyd George, Boselli y Sonnino, en Saint-Jcan-de-Mau­rienne el 19-20 de abril, el plan de Carlos de Habsburgo naufragó inmediatamente.
perdieron Çivelle fue se confue capaz ponía. e negó rotundamente a tomarlo en consideración amparándose en los compromisos del pacto de Londres, que obligaban formalmente a Francia y Gran Bretaña a apoyar las reivindicaciones italianas en el Trentino y en el Adriáti­co, y obtuvo también, aunque condicionado al permiso ruso, Esmirna y su zona interior.


Propuesta de paz de la
Santa Sede a los beligerantes

Más seria, aunque no menos fatalmente destinada al fraca­so, fue la iniciativa del papa Benedicto XV (1914-1922), preocupado en poner fin a la «inútil matanza», por salva­guardar la existencia de Austria-Hungría, máxima potencia católica europea, y en no dejarse adelantar por una iniciati­va socialista en favor de la paz. El 14 de agosto, la Santa Sede envió una nota a los beligerantes en la que pedía que acep­tasen como base de una paz «justa y duradera» la preemi­nencia del derecho sobre la fuerza, el desarme y el arbitrio internacional, la renuncia a cualquier posible indemnización de guerra y, en concreto, la restauración de la independen­cia de Bélgica, además de un vago y equívoco «razonable compromiso» para las reivindicaciones francesas e italianas. El documento no se pronunciaba sobre el futuro de Serbia y de Polonia. Concebida de esta forma, la oferta de paz, a excepción de los principios generales, era inaceptable para la Entonte, que la juzgó como una intervención en favor de los Imperios centrales. Wilson respondió cortésmente, pero sin comprometerse. Gran Bretaña tomó nota en lo que se refería a Bélgica; Roma y París no contestaron. Alemania, requerida por la Santa Sede para aclarar sus intenciones sobre la suerte de Bélgica, no quiso llegar a un compromiso pre­ciso: fue sobre todo Ludendorff quien se opuso, por razones de seguridad estratégica. Y Gran Bretaña perdió, en conse­cuencia, todo interés en la iniciativa pontificia; la última palabra quedaba en las armas.


La crisis del frente italiano

Desde el 26 de agosto, sin esperar el resultado de la nota pontificia, Carlos pidió a Guillermo II su apoyo para una ofensiva contra Italia. El lO de septiembre el Estado Mayor alemán dio su consentimiento y puso a disposición dcl empe­rador austríaco siete divisiones escogidas, con la condición de que a la cabeza de la operación estuviese el general ale­mán Otto von Below. Varios factores decidieron a Aus­tria-Hungría y a Alemania a realizar una ofensiva en el fren­te italiano; la convicción de que sería menos difícil de romper que el occidental, un juicio negativo sobre la moral del país
Algunos guardias rojos armados custodian una fábrica de Petrogrado durante las decisivas
jornadas de la revolución de Octubre. De «L’lllustrazione Italiana».
y de los combatientes y la oportunidad de dar a los tro-húngaros una ocasión de victoria que les alejara de ma definitiva de sus propósitos de paz negociada o inc separada respecto de su aliadado alemán.

En realidad, no faltaban en Italia indicios de cansancio y confianza: en cl frente y en el país las tropas combatie después de las dos últimas ofensivas en el lsonzo, eran propicias a la propaganda neutralista y derrotista, sobre dada la insensibilidad de Cadorna hacia los problemas h nos de los soldados. El partido socialista había afirm mediados de junio, que el pueblo italiano no tolerar tercer año de guerra y sus representantes en el Parla lo repitieron en julio. Se había abandonado ya la fé ambigua de «ni adhesión ni sabotaje», para hacer suyal ción simultánea de los socialistas rusos que deseaban u inmediata sin indemnizaciones y sin anexiones. A fin agosto estallaron desórdenes por la falta de pan, que d bocaron en una huelga general. Cadorna, desde el acusaba al ministro del Interior, Vittorio Emanuele do, dc ser responsable, por su postura demasiado rol de la extensión de la propaganda contra la guerra. El no Boselli dio una prueba de autoridad a finales nombre y proclamé el estado de sitio en Tuno, Gé Alejandría; pero cuando el 18 de octubre tuvo lugar perruna dcl Parlamento, el Gobierno, con la oposici’ izquierda y dc la derecha, estaba ya en crisis.



En la mañana del 24 dc octubre se desencadené la ofensiva austro-alemana en cl sector comprendido entre ~I’olmino y Plezzo. En la línea del Isonzo sc enfrentaban 36 divisiones austro-alemanas contra 43 italianas, pero sólo 1 5 divisiones, al mando de Von Below, participaron en la opcracion ini­cial. Los Imperios centrales se apuntaron un éxito fulmi­nante. La misma noche dcl 24, en Caporctto, se había abier­roya una brecha en el frente italiano y las unidades atacantes pudieron bajar hacia la llanura dc Venecia. El 27, Cadorna, ante el exterminio dcl ejército 2 que había sido arrollado, y para evitar que el ejército 3, situado en el resto dcl frente del Isonzo, fuera cercado y aniquilado, ordenó la retirada gene­ral al Tagliamento. Pero tampoco esta línea, estudiada con prisas> detuvo cl asalto de las divisiones dc Von Below, que la rompieron el 2 dc noviembre. La defensa se replegó al Pia­ve, que las fuerzas de retirada atravesaron el 9 organizándo­se en la margen derecha del río.

El ejército italiano había perdido la batalla dc Caporetto, pero lograba contener al enemigo en el Piave. Contribuye­ron a este resultado el debilitamiento dcl arrojo dc los aus­tro-alemanes, el retraso dc sus retaguardias y la retirada dcl armamento pesado alemán, necesario en cl frente de Flan­des. Las bajas frieron: 40.000 hombres entre muertos y heri­dos, 265.000 prisioneros y unos 350.000 entre desapareci­dos y desertores; los austro-alemanes capturaron, además, gran cantidad dc material bélico. La dcrrota dc Caporctto llevó a la sustitución de Cadorna por Armando Diaz y a la formación dc un nuevo ministerio encabezado por Orlan­do; pero> sobre todo, hizo despertar a Italia> restituyéndole
la energía moral necesaria para conducir la guerra hasta ci final. No obstante, los episodios bélicos sucesivos no reva­lorizaron cl frente italiano respecto al occidental, como hubie­ra podido pensarse considerando la disolución definitiva dcl frente roso.


La revolución bolchevique

El Gobierno provisional Lvov-Miliukov había tratado, en las semanas siguientes a la caída del régimen zanista, dc dat impresión de confianza tanto en el extranjero como en cl interior, confirmando so fidelidad a las alianzas y compro­metiéndose a impedir la disolución dcl ejército.

Pero cl 16 dc abril llegaron a Petrogrado los emigrados polí­ticos que durante la guerra sc habían refugiado en Suiza, capitaneados por Nikolai Lenin éstos habían podido atra­vesar Alemania en un vagón precintado con la complicidad del Gobierno alemán, el cual esperaba que los revoluciona­rios aceleraran la desunión de Rusia con la Entonte. Eran los hombres que> desde Berna> habían dirigido la lucha contra la guerra capitalista> a través de la Comisión Socialista Inter­nacional, creada después dc la primera conferencia socialis­ta internacional, reunida en Zimmcrwald en septiembre de 1915 por iniciativa de los socialistas italianos. La segunda conferencia, celebrada en Kicnthal en abril de 1 916, vio cre­cer la influencia dc Lenin y de sus compañeros. El comuni­isancio y des­ombatientes, o, eran más sobre todo lemas huma­afirmado, a toleraría un Parlamento a la fórmula suya la peti­ban una paz A finales de que descm­e el frente, Orlan­tolerante,
cado final invitaba a los socialistas de Europa a rechazar toda solidaridad con los Gobiernos beligerantes; la posterior invo­cación a la comisión de Berna (1 de mayo) radicalizaba aún más la lucha contra la guerra. Dirigiéndose a los pueblos, les espoleaba a poner fin al ~desbaraj oste mundiaL ya reclamar una inmediata suspensión de las hostilidades. La misma comi­sión, haciendo suya la consigna de Lenin, según la cual había llegado el momento de la acción revolucionaria, enviaba el 18 de febrero de 1917 una circular a los partidos socialistas incitando a las masas proletarias a volver las armas contra los detentadores del poder, que no tenían intención de poner fin a la guerra.
De regreso a Rusia, Lenin pareció firmemente decidido a realizar este programa. La situación, empero, no estaba toda­vía madura para la revolución: el 4 de mayo, obreros y sol­dados se alzaron reclamando todo el poder para los soviets, pero fueron dominados por las tropas que habían permane­cido fieles al Gobierno provisional. Miliukov, no obstante, se vio obligado a dimitir, lo que equivalía en la práctica a romper la solidaridad con la Entente. Su sucesor, Tete­shchenko, trató de tranquilizar a los aliados y Kerenski inten­tó preparar una ofensiva en Galitzia para demostrar que Rusia tenía intención de cumplir con su deber, con tal que se lle­gara a una paz democrática, o sea, sin anexiones y sin indem­nizaciones. Tereshchenko logró solamente hacer desconfiar a los franceses sobre la postura rusa con relación a la cues­tión de Alsacia-Lorena, sobre la que Miliukov se había com­prometido con un acuerdo secreto, apenas ascendido al poder; Kerenski puso en evidencia la incapacidad de Rusia de con­tinuar en el conflicto.
Mientras tanto, los partidarios de Lenin (bolcheviques) tra­taban (17 de julio) de apoderarse de Petrogrado por la fuer­za, pero fracasaron en su intento y Lenin tuvo que huir a Fin­landia, Lvov dimitió y le sucedió Kerensk.i, sin que la autoridad del Gobierno aumentase con ello. Este logró impedir que el general Kornílov, nombrado precisamente por Kerenski coman­dante supremo del ejército, llevase a cabo, a su vez, el inten­to de apoderarse de la capital (septiembre), si bien el éxito se debió a la ayuda prestada por los bolcheviques, igualmente interesados en impedir una victoria de las derechas. El 9 de octubre, Kerenski rehízo el Gobierno, formándolo sólo con socialdemócratas, con el programa de preparar y garantizar el desarrollo de las elecciones para la Asamblea constituyen­te, aunque carecía ya de apoyo en el país y no podía contar con el ejército, amenazado por la indisciplina (los oficiales sospechosos de haber estado de parte de Kornilov fueron ase­sinados por los propios soldados), ni con los partidos.

A la convocatoria de un Consejo provisional de la Repúbli­ca, del que deberían formar parte todas las fuerzas políticas
y sindicales para dar una base más amplia al Gobier bolcheviques respondieron convocando un congreso soviets. Lenin, que había regresado a Petrogrado el octubre, les incitó a la acción, juzgando que había llel momento oportuno para instaurar la dictadura del p nado. Kerenski trató en vano de oponerse: la guarnt la capital se declaró en favor del congreso de los sovi~ contra del Consejo provisional. El jefe del Gobiern marchar entonces sobre Petrogrado a los cadetes de las las militares y decidió acusar a los miembros del sovi guarnición.

El debilitamiento del Gobierno se hizo total. Kerensk ció al Consejo provisional su deseo de reprimir por] za, sin más concesiones, la sublevación bolchevique, Consejo, aun aprobándolo, pensaba en hacer suyas 1 ciones de los soviets para una paz rápida y para la d~ ción de las tierras a los campesinos. La noche del 6 de r bre, Lenin ordenó pasar a la acción; esa noche, bolcheviques armados ocuparon los centros neuráll la ciudad, mientras el buque Aurora apuntaba sus hacia el palacio de Invierno, sede de la autoridad cent hubo apenas resistencia y en la tarde del 7 el soviet de1 tal declaraba disuelto el Gobierno. Al día siguiente, greso de los soviets confió el poder a un Consejo de sanos del Pueblo, presidido por Lenin, sancionando la de la revolución, llamada de ~Octubre~ porque, sí calendario ruso, tuvo lugar el 25 de aquel mes.





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